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Deuteronomio - Comentario Matthew Henry

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Comentario expositivo y práctico al libro de Deuteronomio. Nueva versión íntegra y fiel de la obra original.

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Pero las leyes anteriores se repiten y se comentan, se explican y se amplían, y se añaden a ellas algu- nos preceptos específicos, con copiosos razonamientos para reforzarlas; en esto Moisés fue divinamente inspirado y asis- tido, de modo que esto es tan verdaderamente la Palabra del Señor por medio de Moisés como la que se le habló con voz audible desde el tabernáculo de reunión (Lv 1:1). Los intérpre- tes griegos lo llaman «Deuteronomio», lo cual significa la «segunda ley», o una «segunda edición de la ley», no con enmiendas, pues no se necesitaban, sino con adiciones, para la instrucción adicional del pueblo en diversos casos no menciona- dos antes. Ahora bien:

I. Honraba mucho la ley divina que se repitiera de esta manera; ¡qué grandes eran las cosas de esa ley que se inculcaban de esta forma, y qué inexcusables serían aquellos que la tenían por cosa extraña (Os 8:12)!

II. Podría haber una razón concreta para repetirla ahora. Los hom- bres de aquella generación a la que se le dio la ley por primera vez estaban todos muertos, y había surgido una nueva generación, a la que Dios quería hacérsela repetir por medio del propio Moisés, para que, si era posible, les causara una impresión duradera. Ahora que iban a tomar posesión de la tierra de Canaán, Moisés debía leerles las cláusulas del acuerdo, para que supieran con qué térmi- nos y condiciones iban a poseer y disfrutar esa tierra, y para que entendieran que era sobre la base de su buen comportamiento en ella.

III. Sería de gran utilidad para el pueblo tener aquellas partes de la ley así recogidas y reunidas que más directamente los concernían a ellos y a su práctica; pues las leyes que se referían a los sacerdo- tes y levitas, y al desempeño de sus oficios, no se repiten: les bas- taba con que fueran transmitidas una sola vez. Pero, por compa- sión a las debilidades del pueblo, las leyes de interés más común se transmiten por segunda vez. El mandato debe ser sobre man- dato y la línea sobre línea (Isa 28:10). Los ministros de Cristo deben insistir a menudo en las grandes y necesarias verdades del evangelio. Escribir las mismas cosas —dice Pablo (Fil 3:1)— a mí no me es molesto, pero para vosotros es seguro. Lo que Dios ha dicho una vez tenemos necesidad de oírlo dos veces (Sal 62:11), de oírlo muchas veces, y está bien si, después de todo, se percibe y se considera debidamente.

Este libro de Deuteronomio fue magnificado y honrado de tres maneras:
1. El rey debía escribir una copia de su mano, y leer en ella todos los días de su vida (cf. caps. 17-19).
2. Debía escribirse en grandes piedras enlucidas, al pasar el Jordán (cf. cap. 27:2-3).
3. Debía leerse públicamente cada siete años, en la fiesta de los tabernáculos, por los sacerdotes, con la audiencia de todo Israel (cf. cap. 31:9, etc.). El evangelio es una especie de Deuteronomio,una segunda ley, una ley correctiva, una ley espiritual, una ley de fe; por ella estamos bajo la ley de Cristo (1 Co 9:21), y es una ley que hace perfectos a los que se acercan (He 10:1).

Este libro de Deuteronomio comienza con una breve enumeración de los acontecimientos más notables que habían ocurrido a los israelitas desde que salieron del monte Sinaí. En el capítulo 4 tenemos una exhortación sumamente patética a la obediencia. En el capítulo 12, y así hasta el 27, se repiten muchas leyes concretas, que se refuerzan (cf. caps. 27-28) con promesas y amenazas, ben- diciones y maldiciones, integradas en un pacto (cf. caps. 29-30). Se tiene cuidado de perpetuar el recuerdo de estas cosas entre ellos (cf. cap. 31), especialmente por medio de un cántico (cf. cap. 32), y así, Moisés concluye con una bendición (cf. cap. 33).

Todo esto fue transmitido por Moisés a Israel en el último mes de su vida. Todo el libro contiene solo la historia de dos meses (compárese el capítulo 1:3 con Josué 4:19, el último de los cuales fueron los treinta días del duelo de Israel por Moisés). Véase cuán ocupado estuvo ese creyente grande y bueno en hacer el bien cuando sabía que su tiempo era corto, cuán rápidos sus movimientos cuando se acercaba a su descanso. De igual modo, tenemos más constancia de lo que nuestro bendito Salvador dijo e hizo en la última semana de su vida que en ninguna otra. Las últimas palabras de las perso- nas eminentes causan o deberían causar profundas impresiones. Obsérvese, para el honor de este libro, que cuando nuestro Salvador respondía a las tentaciones del diablo con Escrito está, obtuvo todas sus citas de este libro (Mt 4:4,7,10; cf. cap. 8:3; 6:16,13).

Sobre los comentarios expositivos de Matthew Henry C.H. Spurgeon dijo:

Por ser el primero entre los mejores en cuanto a utilidad, estamos obligados a mencionar a aquel cuyo nombre es ya una palabra cotidiana: Matthew Henry. Es sumamente piadoso y conciso, sólido y sensato, sugerente y sobrio, sucinto y de confianza. Encontraréis que resplandece con metáforas, es rico en analogías, rebosa de ilustraciones y abunda en reflexiones. Su estilo es, por lo general, sencillo, evocador y lleno de contenido. Ve el sentido del texto directamente y ofrece el resultado de un minucioso conocimiento crítico de los originales a la altura de los mejores críticos de su época. Es profundamente espiritual, celestial y beneficioso, encuentra el contenido de cada texto y de todos ellos extrae lecciones enormemente prácticas y acertadas. El suyo es un tipo de comentario que debe colocarse donde lo vi en la antigua casa de reunión en Chester: encadenado en el vestíbulo para que cualquier persona pudiera leerlo. Es el comentario del hombre de a pie, el viejo compañero del cristiano, adecuado para cualquiera, instructivo para todos.

Todo pastor debería leer a Matthew Henry de forma completa y cuidadosa al menos una vez. Recomiendo que lo hagas en los doce meses posteriores a terminar el seminario. Comienza por el principio, y proponte atravesar la tierra desde Dan hasta Beerseba. Adquirirás una enorme provisión para tus sermones si lo lees con un cuaderno a mano; los pensamientos revolotearán a tu alrededor como golondrinas que trinan alrededor de un tejado a la llegada del otoño. Si expones públicamente el capítulo que has estado leyendo, tu congregación se asombrará por la novedad de tus observaciones y la profundidad de tus pensamientos, y entonces podrás decirles qué gran tesoro es Henry.


9788418606397

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