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Chapa y pintura

Por 27 marzo, 2019Sin comentarios

A mí me encantan los coches. Desde que tengo memoria, he tenido un interés en los coches. Uno de mis primeros recuerdos es sentarme en el suelo detrás de una maqueta de cartón en forma de coche (un Ford Consul del año 69, creo). Poco después estuve enfermo y alguien de la iglesia me regaló un coche de juguete (un NSU) que, al apretarlo arriba, se encendían los faros y las luces de freno.

Con el tiempo iba ayudando a mi padre en los arreglos del coche familiar, primero cosas sencillas como revisar los frenos, hasta llegar, con unos años más, a cambiar motores. Y llegó el momento de mi primer coche (un Morris Mini 1000 del año 1968), regalo de una vecina que no lo usaba. No os voy a aburrir con todo mi historial automovilístico, salvo decir que sigo enamorado de los coches, hasta he podido contagiar a mi hijo menor.

Ahí, una de las razones por las que me encanta estar en Cuba: los coches. Realmente la historia de los últimos cien años de Cuba se puede seguir en los coches que uno ve en las carreteras y calles de la isla. Lo más reciente, los vehículos chinos. Coches, camiones, autocares y motos, todos con nombre chino (p. ej. Geely), aunque algunos más conocidos por su pasado europeo (MG).  

Antes de los chinos, podemos ver los vehículos de la antigua Unión Soviética y sus satélites:  Skoda, Moskvitch, MZ, Ural, Lada, entre los más reconocibles.

Y, cómo no, los coches americanos. Estos coches enormes de los años 40 y 50 del siglo pasado. Marcas más o menos conocidas como Chevrolet, Buick, Cadillac, Plymouth, Ford, Dodge o Willys Jeep. Muchos con un claro desgaste después de 70 años de uso, otros con modificaciones inimaginables buscando adaptar el vehículo a la necesidad del dueño.

Y muchos que parecen casi perfectos. La pintura brilla, todo el cromado refleja como un espejo.  Las cuatro ruedas iguales y los neumático en buen estado. Parecen recién sacados del concesionario. Pero no es así. Un Plymouth con 70 años parece estar bien, pero si empiezas a mirar con conocimiento, mirar por debajo de la pintura, puedes ver que los faros son de un Ford y la parilla también; es que no encajan perfectamente con la aletas. Las ruedas están bien, pero son de un Volkswagen alemán de los años 90 y han sido acoplados quién sabe cómo a una suspensión que viene de un Lada ruso. Abres las puertas y los asientos son de una furgoneta Toyota y el salpicadero, aunque bien, claramente es artesanal. Levantas el capó y en vez de encontrar el motor de gasolina de Plymouth, te das con un motor Mitsubishi de gasoil “casado” con una caja de cambios de un Chevrolet.

Es bastante fácil hacer que un coche tenga buen aspecto para los que miran de forma superficial o sin conocimiento. Es el miedo que tenemos al comprar un coche usado: ¿me están engañando?

Es también bastante fácil para los creyentes dar un aspecto de estar bien, pero que por debajo las cosas no vayan de todo bien. Tenemos una buena fachada, pulimos mucho la pintura que todos ven; pero por debajo, por dentro, el corazón, el alma, dejan mucho que desear.

Mateo

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