¿Quién ha dejado un colchón en medio de la autopista?
Al preparar mi viaje de regreso desde el Reino Unido, nunca imaginé que esas palabras me pasarían por la cabeza, por muchos kilómetros que hiciera. Desde donde vive mi madre a mi casa son más de 2200 km, que son 24 horas de conducción, con tres paradas para dormir, un ferry, un cambio de lado de la carretera y una previsión de tormentas y hasta de nieve.
Uno se prepara lo mejor posible. Llevaba las cadenas por si llegaba la nieve prometida. Hice revisión al coche. Tenía las paradas reservadas y bastante comida y bebida en el coche. Había estudiado la mejor ruta para que el GPS me guiara bien. Y me había descargado las grabaciones de Lloyd-Jones para escuchar en la radio del coche.
Sin embargo, a pesar de toda la preparación, surgieron imprevistos y dificultades. La nieve hizo acto de presencia en Inglaterra, como era de esperar. Las máquinas de peaje no querían cobrarme con mi tarjeta de crédito. Hubo atascos y colas sin ninguna causa obvia. Un camión que cambió de carril sin mirar casi me manda a la presencia del Señor. Las tormentas torrenciales casi me obligan a parar el coche. Y claro, ¡el colchón! Iba detrás de un coche que adelantaba a un camión cuando el coche giró bruscamente y me encontré todo un colchón de matrimonio en medio de la carretera. No había tiempo para esquivarlo así que el coche, a 130kmh y cargado con buena parte de la biblioteca de mi padre, tuvo que pasar por encima del «Pikolín» extraviado. Y gracias a Dios, sin percance alguno, salvo el susto que me metió en el cuerpo.
Un viaje medio planificado, pero con imprevistos. Así como la vida cristiana misma. Sabemos desde dónde salimos: el Egipto de nuestra vida sin Cristo. Sabemos el destino: la casa que Cristo prepara para nosotros. Hemos oído la voz de nuestro guía que nos dice: «Este es el camino, andad por él». Pero siempre surgen los imprevistos. Imprevistos para nosotros, claro. A veces vienen las tormentas. A veces nos sentimos atascados y parados, como si perdiéramos el tiempo. Y a pesar de las indicaciones, dudamos del camino.
Pero ya que me acompañó bastante lluvia en el viaje, tuve la bendición de ver muchos arcoíris, algunos dobles, y casi siempre de colores muy intensos. Qué recuerdo me mandaba el Señor una y otra vez de que él como Dios soberano cuida de su pueblo, de su creación.
Y si es así en un viaje de tres días por las autopistas de Europa, mucho más en el viaje vital por el camino angosto que nos llevará a la Ciudad Celestial. Dios está con nosotros. «No te dejaré ni te desampararé». No importan los colchones que eche Satanás en nuestro camino.
Woouuu, que buen relato, me a recordado a algo similar que nos pasó volviendo de vacaciones con los niños pequeños por la autopista, se nos cayó de la baca del coche la bicicleta y por el retrovisor vemos dando tumbos por la carretera una bicicleta, o no!!! Era la nuestra.. aquel día dimos gracias a Dios varias veces que no venía ningún coche detrás, y que no provocó un accidente, Los niños aprendieron que Dios está con nosotros siempre incluso para no permitir hacer daño a otros… en este caso hubieras podido ser tu Matteo 🙏😊
Gracias por contar tus extraordinarias experiencias, y como el Señor te cuida. Se nota que vas de su mano.
Que Él te siga bendiciendo.
Fraternal saludo.