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A bordo

Por 4 marzo, 2023Un comentario

¡Me encantan los barcos! Da igual que sean grandes o pequeños, con motor o con vela, me atraen igual. Y no es que sepa nada de barcos ni que me criara al lado del mar. Es simplemente que los encuentro atrayentes, no sé por qué.

Ahora mismo estoy a bordo de un ferry que me va a llevar, espero, desde Dieppe en Francia al Reino Unido. Y otra vez, siento el pequeño vaivén de las olas por debajo de mis pies. Esperemos que siga siendo «pequeño», ya que el Canal de la Mancha en invierno no suele ser el mar más plácido del mundo.

Recuerdo la primera vez que montamos en ferry con mis padres para ir de vacaciones a una de las islas al sur de Inglaterra. ¿Cómo podría un barco tan pesado, y encima con coches y camiones dentro, mantenerse a flote, cuando yo a penas conseguía flotar en la piscina con mis 45 kilos?

Y la primera vez que vimos el barco para llevarnos desde Bilbao a Inglaterra: ¡Era enorme! Los camiones que entraban en sus bodegas parecían maquetas. Y dentro, ocho pisos para los pasajeros; un hotel flotante, con sus tiendas, restaurantes, cines, clubes nocturnos y hasta piscina interior.

Al otro extremo están las veces que en los campamentos sacamos las piraguas al río para disfrutar. O las vacaciones un año en un barco de canal (un tipo de caravana flotante) en los canales, o ríos navegables, en el sur de Inglaterra.

Y cada vez que subo a bordo de un barco, y hoy me ha pasado lo mismo, empiezo a tatarear el corito que nos enseñaron en la escuela dominical hace ya más de 50 años:

With Christ in the vessel you can smile at the storm
Smile at the storm, smile at the storm.
With Christ in the vessel you can smile at the storm
As you go sailing home.

Con Cristo en el barco, en la tormenta tú vas bien,
En la tormenta tú vas bien, en la tormenta tú vas bien.
Con Cristo en el barco, en la tormenta tú vas bien.
A casa llegarás.

Los discípulos lo aprendieron cuando se asustaron por la tormenta en el mar de Galilea, y el Maestro se levantó de su siesta para calmar todo. Qué bueno es saber que, con Cristo a bordo, todas las cosas ayudan para bien y que llegaré algún día al hogar celestial donde él prepara lugar para mí.

Jesús, gracias por subirte a bordo de mi vida hace casi 43 años; gracias por acompañarme en todas las tormentas que arrecian contra mi barquito; y gracias porque sé que, contigo a bordo, llegaré al Buen Puerto en tierra llamado Cielo.

Mateo

Un comentario

  • Antonio dice:

    Cuando el Capitán de nuestro barco es Jesús, estamos siempre seguros de llegar a buen puerto. No importa que tipo de tempestad surja. Confiamos en Él.
    Gracias hermano por tu reflexión.
    Bendiciones.

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