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Turismo rural

Por 9 diciembre, 2015Sin comentarios

Turismo rural

Siendo padre de dos hijos, estoy acostumbrado a vacaciones en la playa. No porque me gusten —con esta tez de anglosajón es mejor evitar los rayos del sol—, sino porque a los niños les encantan la playa y el mar, máxime si vives a cuatro horas de la costa.

Ya que mis hijos son mayores, mi esposa y yo tenemos la oportunidad de hacer turismo rural, de conocer algo mejor este país que nos tiene encantados. Podemos ir conociendo lugares que durante años nos han sido un nombre, o un punto en el mapa.

Fin de semana en Cáceres y Trujillo

Este último fin de semana, que era puente tipo acueducto por su longitud, viajamos a la ciudad de Cáceres en Extremadura. ¡Qué ciudad más bonita! Como muchas ciudades españolas, parece que se ha caído del cielo al campo desierto, pero una vez dentro, es un verdadero oasis. Con su ciudad antigua fortificada en la cumbre del monte y sus calles estrechas que corren entre casas e iglesias de construcción en granito, ¡casi se esperaba encontrar al Águila Roja a la vuelta de la esquina!

En el viaje de regreso a casa nos esperaba una sorpresa más. Nos habían dicho que si íbamos a Cáceres teníamos que pasar por Trujillo. Un pueblo de tan solo diez mil habitantes, pero con un casco antiguo igual de impresionante, o más, que el de Cáceres. Con su castillo y alcázar, sus muros y conventos, nos dejó maravillados. Situado en la cumbre del monte, la parte más alta se reserva para el castillo. Pagamos nuestro 1,40€ para entrar en la fortaleza y subimos la escalera para recorrer el adarve y disfrutar de la vista.

Iglesia en ruinas

¡Y allí la veo! Una imagen que siempre me llama la atención: una iglesia en ruinas. Allá, por debajo del Alcázar, en el extramuro, lo que quedaba de un edificio donde antes los feligreses se congregaban para rendir culto al Altísimo. Los muros medio caídos, el techo inexistente, las bóvedas expuestas a la intemperie, y los contrafuertes que ya no son tan fuertes, mucho menos para reforzar.

Tengo que confesar que cierta parte de mí se alegra cuando veo una iglesia católica en ruinas. Lo veo como un sitio menos donde predicar el error. Es verdad que las iglesias caen en desuso por muchas razones: el edificio se queda demasiado grande, demasiado pequeño, formaba parte de un orden que se trasladaba o el edificio tenía problemas estructurales. Pero, al fin y acabo, creo que hay que recordar que Dios es un dios capaz de quitar el candelabro de los sitios que dejan la adoración pura; que donde proclaman algo que no sea la Palabra de Dios, Dios mismo puede declarar Icabod, «quitada la gloria».

La Iglesia protestante

Hace unas semanas escuché al pastor Miguel Núñez predicar en la ocasión del Día de la Reforma en la Iglesia Evangélica de la Gracia en Barcelona. Habló sobre el lema reformado «Sola Scriptura», postulando que lo que la iglesia protestante necesita hoy es una nueva Reforma, pero esta vez no en torno a la justificación por la fe sino a volver a las Escrituras. Poco a poco, según el pastor Núñez, no solo la Iglesia Católica sino también la Iglesia Evangélica ha ido apartándose de la adoración pura, de la Palabra de Dios.

Si es así, y creo que no anda muy lejos, es un problema muy serio. Porque eso quiere decir que dentro de poco las iglesias que vamos a encontrar abandonadas y en ruinas, no solo serán los monasterios y parroquias ajenos, sino también los locales de culto nuestros. ¡Que Dios tenga misericordia de su pueblo, y que nos haga volver a su Palabra antes de que sea demasiado tarde!

 

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Mateo Hill   administracion@editorialperegrino.com

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