Cada vez que voy a Toledo, me quedo con el deseo de pasar más tiempo allí. Es una ciudad preciosa y a la vez fascinante, en especial el casco antiguo. Acabo de pasar dos días allí, con mis compañeros de la Asociación Ministerial Reformada de España, en nuestra conferencia pastoral, y salí con el ya habitual deseo de volver cuanto antes.
Una curiosidad: en la catedral hay una escultura de Aurelio Agustín, conocido como Agustín de Hipona. Es una escultura de plata del siglo XIV, de origen italiano, y con reliquia incluida: se dice que es un hueso del «santo».
Lo que me llama la atención de la estatua no es precisamente la reliquia, sino los objetos que porta en la mano izquierda. El primero es una Biblia y es una clara referencia a su conversión. Nacido en 354 d.C. en el norte de África de una madre creyente, Agustín no abrazó la fe que ella le enseñó, sino que se fue alejando cada vez más, hasta que, con la edad de 31 años, Dios le tocó. Estando bajo una fuerte convicción de pecado, escuchó la voz de un niño cantando las palabras «Toma y lee». Enseguida buscó una Biblia que se abrió en Romanos 13:13-14: «Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne».
La otra cosa que lleva en las manos es una representación de una iglesia. La idea es que, al igual que la vida espiritual de Agustín depende de la Biblia, las Escrituras son el fundamento de la Iglesia.
Por un lado, nos podría parecer algo surrealista encontrar una imagen así cuando la misma Iglesia que la expone ha abandonado por completo la Biblia como su fundamento. La Iglesia se guía por lo que enseña la Iglesia y la Biblia se ha quedado sujeta a la Iglesia.
Pero, por otro lado, podemos tomar la imagen como un reto. ¿Mi iglesia, sea yo líder allí o miembro, se fundamenta única y exclusivamente en la Palabra de Dios? Hay tantísimas cosas que podrían sustituir la Palabra de Dios en la vida y práctica de una iglesia: nuestra tradición evangélica («siempre lo hemos hecho así»); las formas de nuestro grupo o denominación; las modas evangélicas, lo que están haciendo los demás. Y un sinfín de cosas más.
Seguramente nos convendría escuchar de vez en cuando una voz en off que nos cantara: «Toma y lee» para hacernos volver a las Escrituras, para examinar y afirmar el verdadero fundamento de nuestras iglesias.