GEORGE WHITEFIELD. Siervo de Dios en el Gran Avivamiento del siglo XVIII.
Arnold A. Dallimore.
Editorial Peregrino (2019). 262 pp.
Reseña realizada por David Vergara
Tal y como leemos en la recomendación de Sinclair Ferguson de este libro, el estudio del Dr. Dallimore en dos volúmenes que se resume en esta edición de la editorial Peregrino es una de las mejores biografías de la Iglesia cristiana.
George Whitefield es uno de los grandes evangelistas del siglo XVIII, no solo por la forma en la que Dios le usó por medio del Espíritu Santo en Gran Bretaña, sobre todo en Londres, Bristol y Edimburgo (Escocia) y en las colonias de Norteamérica que visitó al menos en siete ocasiones comenzando en Georgia, sino por ser, tal vez, el mayor precursor a la hora de salir a predicar al aire libre, o a «campo abierto».
La motivación de Whitefield era alcanzar a las personas que no asistían a los locales de culto, empezando por la conflictiva zona minera de Kingswood. Allí, a pesar de ser insultado por algunos, pronto congregó a miles de personas que contribuyeron incluso con su pecunio, a construir una escuela en el lugar, inspirándole para desarrollar un ministerio muy fructífero, tras formar parte de varios avivamientos en muchos lugares, en lo que se denominó «El Gran Despertar».
Whitefield es uno de esos evangelistas un tanto inclasificables que, por su forma de predicar el evangelio, chocó frontalmente con el orden establecido en muchas iglesias protestantes, donde la liturgia era incuestionable. Pero su amor por la humanidad era mayor, y así llegó en primer lugar a las clases sociales más bajas, donde por medio de él se desarrollaron muchas iniciativas sociales. La crisis económica que se produjo en su entorno familiar, tras la muerte de su padre, le sirvió para vivir siempre con humildad y transmitir el evangelio de la gracia de la misma manera a todos los hombres, incluyendo también a las clases sociales más altas, donde no pocas personas fueron impactadas por su predicación.
De aspecto agraciado físicamente y expresión elocuente, su histriónico genio ayudado por una voz fascinante y audible a gran distancia le sirvieron para predicar a las multitudes, tal y como hacía el apóstol Pedro en el libro de los Hechos. De este modo, sirvió de ejemplo a otros predicadores como los hermanos Wesley que, animados por él, reprodujeron la forma de llegar a los transeúntes en cualquier lugar.
El momento clave de Whitefield está asociado a Oxford, donde contactó con una sociedad de estudiantes en la que conoció a Charles Wesley, quien le prestó algunos libros como The Life of God in the Soul of Man (La vida de Dios en el alma humana), de Henry Scougal (1677). Así copió las prácticas metodistas, aunque no fue admitido en la «sociedad» hasta 1735, año en que se convirtió a Dios.
En Gloucester, donde pasó la segunda parte de ese año, formó «una pequeña sociedad» sobre el modelo metodista y así se cimentó una amistad con Charles y John Wesley que fue de gran bendición en sus inicios, si bien estos no conocieron el evangelio hasta que contactaron con un grupo de moravos alemanes, cuando entendieron que la salvación no depende del esfuerzo humano a pesar de sus nobles deseos de agradar a Dios de la forma más perfecta posible, sino de la gracia de Dios.
Con todo, Whitefield evolucionó hacia el calvinismo en muchos aspectos, si bien nunca buscó la polémica a la hora de entender la predestinación a diferencia de los Wesley, con los que se produjo un conflicto muy importante tiempo después, sobre todo por su énfasis arminiano y sus excesos al aceptar convulsiones entre los asistentes a sus reuniones, entendiendo esto como manifestaciones sobrenaturales del poder de Dios.
Whitefield se casó con la viuda Elizabeth James, diez años mayor que él y amiga de Wesley, a quien consideraba su mano derecha y una mujer de «candor y humildad», y de cuya relación nació John, su único hijo. Su esposa le empujaba en su misión, que fue incesante.
Llegó a predicar más de 18.000 sermones, de los cuales quedan muy pocos por escrito. Las obras de Whitefield fueron editadas en siete volúmenes por J. Gillies (Londres, 1771-1772), pero esa edición solo contiene sermones escogidos, cartas y tratados, con unas pocas piezas que no habían sido publicadas. En su formación bíblica hay que tener muy en cuenta la notable influencia de Matthew Henry, cuyos comentarios bíblicos leyó desde su juventud.
Solo podemos recomendar encarecidamente considerar las vidas tan abnegadas de siervos de Dios como Whitefield, que sirven como inspiración a todos aquellos que buscan su voluntad, mirando a esta nube de testigos que nos precedieron de una forma tan entregada a Dios.