El ser humano es necio. Por lo menos el representante de la especie que suscribe estas líneas. Como prueba me remito a mi situación actual.
Todo empezó hace quince días. Mi esposa y yo viajamos al sur, a la provincia de Málaga, para ver a nuestro hijo menor y su nueva casa. Había dejado el piso compartido en la ciudad capital, para tomar posesión, en régimen de alquiler, de una casa en un pueblo en el interior de la provincia. Nuestro viaje coincidió con la presencia de una calima sobre gran parte de la provincia, de tal manera que no vimos el sol en todo el fin de semana.
Y al llegar a casa, empecé con una tos. Seca, persistente y molesta, no solo para mí sino también para mi sufrida esposa. Al ver que la tos no se iba, Judith me sugirió que visitara al médico, o la farmacia. Mi solución fue simplemente tomar algo de vitamina C y de vez en cuando algo de propóleo, si me acordaba.
El sábado siguiente por fin tuve tiempo para cortar las ramas de una higuera que estaban en peligro de caer. En seguida la tos empeoró, seguramente por el serrín. Ahora tenía la garganta hinchada y dolorosa. Mi esposa mantuvo sus consejos; y yo me mantuve en «a ver qué pasa».
Hasta esta mañana, casi dos semanas después. Por fin, pasé a la farmacia ―tengo que confesar que lo hice más bien para no escuchar más consejos― y volví a casa con el medicamento recomendado. Tomé la pastilla que me tocaba para hoy, ¡y me pasó algo muy raro! A la hora, ¡empecé a sentirme algo mejor! Y así he seguido durante todo el día. ¡¿Quién lo habría pensado?!
¿Cuántas veces en esta vida sabemos lo que tenemos que hacer y no lo hacemos? Sabemos lo que nos convendría, pero al final la dejadez nos impulsa a la inactividad. Sé que lo podríamos aplicar al inconverso que ha escuchado el evangelio, pero creo que tiene aplicación para nosotros los creyentes también. Nos preocupa nuestra falta de crecimiento en la fe, pero no cuidamos la asistencia a la predicación pública y el estudio de la Palabra. Observamos, y otros también, un enfriamiento espiritual, pero no tomamos la Biblia u otros libros para avivar el fuego en nosotros. No crecemos en gracia, pero ignoramos los medios de la gracia. Oramos «no nos metas en tentación», pero no salimos de los entornos o las amistades que más tentación nos traen.
Seguramente, el resfriado o alergia o lo que sea, después de curado, me volverá, tarde o temprano. A ver si he aprendido la lección, o si sigo siendo tan torpe como siempre.
Señor, ayúdame a no ser tan estúpido. Muchas veces no busco mejorar, no por no saber cómo, sino por dejadez. Es más fácil no hacer nada. Gracias por todos los medios que pones a mi disposición para guardarme en la fe y crecer en ella. Perdóname por la necedad de no usarlos, y ayúdame a ser más sabio de ahora en adelante.
PD Quizás debo volver a leer el libro El enfriamiento espiritual para ayudarme con mi estupidez espiritual