La pareja se da la vuelta y con los ojos húmedos se dirigen hacia la puerta de embarque. Atrás sus padres que han viajado hasta Londres para despedirse de ellos, y delante toda una nueva vida como misioneros en España.
El chico era de una casa pastoral, donde siempre se hablaba de la obra en España. Se había convertido con 15 años, y tres años después, al sentir el llamado de Dios a la obra, sabía que antes de mirar otros países lo más lógico era considerar España. Nueve años después, habiendo orado por España y habiéndola visitado en dos ocasiones, estaba convencido de que si no fuera a España estaría desobedeciendo a Dios.
En el Instituto Bíblico había conocido a su esposa, hija de obreros y convertida antes que ellos. La pareja llevaba tres años de matrimonio. En este tiempo se habían casado, graduado, trabajado de prácticas en una iglesia en el sur de Inglaterra, estudiado tres meses en Suiza y visitado a más de cien iglesias para levantar fondos y oración.
Por fin había llegado el día. Sus pocas pertenencias, en especial sus libros, iban camino a España en camión. Ahora tocaba subirse al avión y salir rumbo a Barcelona. Era el 11 de julio de 1991, hace exactamente 25 años.
Su primera noche en su nuevo país la pasaron en casa de Pablo y Andrea Reid, profesores suyos en Suiza. Tras una noche llena de nervios, jaquecas y vómitos, cogen el autobús para ir a Zaragoza, donde iban a pasar tres años aprendiendo el idioma de Cervantes.
El último cuarto de siglo ha pasado muy de prisa. El chico ha sido pastor durante 16 años, primero en Santa Cruz de Mudela, y después en Cuenca. Juntos han estado envueltos en campamentos de niños, escuelas bíblicas de vacaciones, un colegio bíblico, programas de radio, mercadillos, y un sinfín de cosas que con el tiempo casi ni se acuerdan. También les han nacido sus dos mancheguitos de pura cepa.
Llegada la hora de dejar el pastorado, la pareja se encuentra en Ciudad Real, y el chico empieza a trabajar unas horas en Editorial Peregrino. Rodeado de libros se siente como un niño en una tienda de chuches. Ahora, en vez de ayudar a la pequeña congregación que tiene delante, su trabajo llegará a miles por el mundo entero.
¿El nombre de la pareja? No importa. Lo importante es el nombre de su Dios. El gran Yo Soy, es su nombre; el que era, es y será. Este es el Dios que les ha mantenido y guardado durante tantos años. El Dios que les ha levantado en los momentos más oscuros. El Dios que les ha guardado de lo peor que Satanás ha querido hacerles. El Dios que les ha permitido el privilegio de servirle en su obra. El Dios soberano que ha trazado líneas rectas usándoles a ellos, unos renglones muy torcidos. A Él sea toda la gloria.
Hasta pronto.
Mateo Hill
director@editorialperegrino.com