Si hay un tema que está en labios de todos en el mundo de la tecnología es la inteligencia artificial. Llevo varios años escuchando de sus posibilidades en el negocio de la literatura. La verdad es que mi inteligencia real no es capaz de ver, ni mucho menos entender, las fronteras de la IA.
El otro día leí un artículo sobre el uso de la IA en el tratamiento de problemas de salud mental. Maria, originalmente de Uzbekistán, y ahora afincada en Grecia, está aprovechando esta IA para rellenar huecos en su memoria. Durante la infancia de María su familia se mudaba muchas veces, incluso entre países. Uno de los resultados de estas mudanzas es que María no tiene casi ninguna foto de su niñez.
Pero tiene sus recuerdos, aunque algunos son muy vagos. Aprovechando las pocas fotos que tiene y las potentes herramientas de la inteligencia artificial, Maria ha conseguido crear imágenes fotográficas de sus recuerdos, imágenes que, según su madre, se parecen mucho a la realidad.
Pero Maria no se queda ahí. Hay ciertos recuerdos que no tiene; o por haberse olvidado, o porque son cosas que nunca pasaron. Por ejemplo, nunca celebró un cumpleaños propio siendo pequeña. Aun así, Maria ha podido crear imágenes sobre la base de su imaginación. Ya tiene un álbum de fotos de lo que podría haber ocurrido en su infancia si las cosas hubiesen sido de otra forma. Sus amigos y familiares ya pueden ver una foto de un viaje imaginario o de una fiesta navideña que nunca llegó a celebrarse.
Maria llama a este proceso «imágenes imaginadas», y habla de la «sanidad» —usando sus propias palabras— que ha experimentado al «reescribir el pasado para dar mejor forma a su futuro».
Los creyentes también tenemos un problema con nuestro pasado. No encontramos esta obediencia perfecta que Dios demanda de todas sus criaturas. No hemos vivido exclusivamente para la gloria de Dios. En el álbum de fotos de nuestra vida de pecado, faltan todas las imágenes de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. No tenemos memoria de ello porque nunca existió.
Y para solucionarlo, Dios no se puso a crear ilusiones, a imaginar cómo serían las cosas si no hubiéramos pecado. No ha creado un Mateo virtual que él elige como una nueva realidad. Nuestra salvación no es una imagen que Dios ha imaginado para nosotros; una imagen que podría decidir cambiar o ignorar en cualquier momento. No, la solución a nuestro pasado, a nuestro pecado, es real y objetiva: la muerte y resurrección del Señor Jesucristo. Dios no imagina que nos ha salvado. No finge que Cristo ha llevado nuestro castigo. Dios no crea una memoria nueva donde nuestras faltas sean sustituidas por justicias virtuales e imaginarias. La realidad es que la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. ¡Gloria a su nombre!