¡Mis tímpanos van a explotar! No hay quien aguante este ruido. Todos a mi alrededor están de pié, gritando, vitoreando, celebrando; y yo sentado con la cabeza en las manos. Ellos todos vestidos de verde; y yo, solo yo, con mi camiseta roja.
El sábado pasado mis esposa y yo nos encontramos en Dublín. Es el día del partido de rugby entre Irlanda e Inglaterra, y un primo de mi esposa nos ha regalado entradas para verlo. Yo jugaba mucho de joven, y todavía me encanta ver un buen partido. Con el paso de los años, mi esposa se ha aficionado también, y ahora no hay quien le quite su partido.
Llega el sábado y empezamos a ver a muchos aficionados por las calles de Dublin. Buscamos camino al Estadio Aviva, y nos unimos con las masas, rumbo al encuentro, muchos irlandeses, y algún que otro inglés. Claro que solo es un amistoso para preparar para el mundial, pero Irlanda contra Inglaterra siempre será un clásico, y la rivalidad es máxima.
Las entradas son de la zona de los espectadores de Irlanda. Mi mujer no tiene problema ya que es de la Isla de Esmeralda, y ella lleva su «uniforme» verde sin ningún problema. Yo, en cambio, me encuentro rodeado del «enemigo», de los da la otra banda. Aún así, orgulloso de mi linaje, llevo puesto mi camiseta que declara mis colores. La verdad es que el rugby no es como el futbol, hay bastante camaradería entre los espectadores, pero aún así impone sentirse sólo entre un mar de verde. En especial cuando los míos, jugando mal, encajan cinco ensayos en contra, y cada uno celebrado al rededor mío con más pasión y decibelios que he experimentado en mi vida.
Reflexionando, me parece que tiene cierto parecido con la vida cristiana aquí en la tierra. Igual como yo entre todos los irlandeses, los creyentes estamos en el mundo pero no somos del mundo. Parecemos iguales, pero tenemos otra sangre que corre por nuestras venas; otra lealtad; otro objetivo. Las causas de nuestro gozo son otras. Y a veces nos sentimos muy solos. Incluso tentados de no lucir nuestros colores sino disimular y no destacar, porque sería más fácil, más cómodo, ser uno de ellos, uno con el mundo.
Señor, ayúdame. Ayúdame a no ser chaquetero, sino orgulloso de los colores de mi Patria. Ayúdame a no traicionar mi ciudadanía celestial. Ayúdame a mantenerme firme cuando todos los de mi alrededor vitorean lo que es contrario a tu Palabra, cuando cantan las alabanzas de cualquiera menos tú. Ayúdame a declarar a todos, por activo y por pasivo, que aunque estoy aquí entre ellos, mi equipo es otro, y que de ninguna manera me avergüenzo de ser diferente. Amén.