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La higuera

Por 2 diciembre, 2022diciembre 7th, 2022Un comentario

Desde la ventana de mi oficina la veo. Todos los días. Mañana, tarde y noche, allí está. Siempre en el mismo sitio, sin acercarse ni alejarse. Todas las mañanas al entrar en el cercado ahí está para saludarme, y lo último que veo al salir ya de noche es su despedida silenciosa.

Sigue siempre igual, pero a la vez hay cambios. A veces da más sombra, a veces menos. Hay meses del año cuando escondo el coche o la moto por debajo de sus ramas para aprovechar la sombra que dan sus hojas tan grandes. En otros momentos está repleta de higos, que manchan si no tengo cuidado.

Y ahora al mirar por la ventana se ve la higuera muy cambiada. Se le caen las hojas una tras otra. Se levanta un poco de aire y el árbol se ve cada vez más desnudo. Las hojas marchitadas reposan en el suelo esperando que las niñas de la casa juegan entre ellas. Ahora el árbol no da sombra, más bien pena.

Muchas veces sus hojas me recuerdan a nuestros antecesores, Adán y Eva, y su intento de tapar su desnudez con las hojas de la higuera. Claro que no era mala la idea de cubrir su vergüenza con algo bueno que Dios había creado. Pero al no haber visto el vaivén de las estaciones hasta la fecha, no sabían que la materia prima de sus faldas ingeniadas se convertiría tan frágil y frangible que con poco tiempo se transformaría en polvo.

¡Cómo contrasta esa imagen con las pieles que usó Dios para cubrir la vergüenza de nuestros primeros padres! Pieles duraderas, fuertes y hasta calientes. Pieles que solucionan de una forma duradera los efectos del pecado en Adán y Eva.

Qué lecciones más importantes para nuestros primos lejanos, y también para nosotros. Probablemente sea la primera vez que se ve la sangre en la creación, y seguramente es la primera experiencia de la muerte. Pero aprenden que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecado,: que sin la muerte de otro no hay solución. Que por muy bien que cosamos las hojas de nuestras buenas obras, no sirven para quitar la vergüenza delante de Dios. Y cómo la obra de Dios, su sangrienta solución, es suficiente para cubrir, consolar y curar al pecador delante de Dios.

¡Cuántas veces intento cubrir mis fracasos con las hojas de mis excusas al presentarme delante de Dios! ¡Y me atrevo a fingir que no pasa nada conmigo porque lo he solucionado yo! Cuán rápido caen las hojas de mi propia cosecha cuando quedo bajo la mirada del Dios santo. Y cómo necesito estar cubierto de estas pieles, este manto de justicia que me cubrirá desde ahora hasta la eternidad; justicia conseguida a precio de la sangre de mi Salvador.

Mateo Hill

Un comentario

  • Edwin dice:

    Muy buena reflexión, es una vista en el espejo de las escrituras desde otro angulo de nuestra realidad cotidiana

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