Solo hace falta escuchar el evangelio una vez para poder ser salvo. Es una frase que he usado mucho y la creo firmemente. Tal es el poder de la Palabra predicada que con oírla una sola vez, el corazón quedaría doblegado ante ella si Dios así lo quiere.
Pero no siempre es así. De hecho, no suele pasar así. Las personas escuchan el evangelio durante un tiempo y, después de un tiempo de escuchar, se rinden a los pies de Cristo. Estamos acostumbrados a verlo así. Incluso, si alguien se convierte así de repente, en el instante, nos quedamos incómodos, hasta dudamos de ellos y su experiencia.
Ramón no escuchó el evangelio una sola vez, sino durante más de treinta años. Cada domingo por la tarde acompañaba a su mujer, una fiel creyente, al culto en Santa Cruz de Mudela. El culto por la tarde allí siempre es evangelístico. Durante doce años tuve el privilegio de servir como pastor de la iglesia allí, y cada domingo por la tarde allí estaba Ramón en su sitio de siempre.
Escuchaba, pero nada más. Un típico simpatizante, ni a favor ni en contra. En doce años escuchó unos seiscientos sermones evangelísticos. En más de treinta años, fueron 1500 sermones. Y Ramón seguía igual. Entraba, se sentaba, escuchaba, saludaba a la gente y volvía a su casa. Hasta que el Señor le tocó el corazón.
Antes de tocarle el corazón, Dios le tocó el cuerpo. Y por medio de la enfermedad, este hombre manchego, fuerte como un toro por haber trabajado toda su vida en el campo, fue llevado a los pies de la cruz.
El domingo por la tarde, mi esposa y yo tuvimos el gran gozo de asistir a su bautismo. Con 78 años y en silla ruedas, había muchas razones para no bautizarse. Pero Ramón insistió. De hecho, el culto empezó con las palabras de Hechos 8:36: «…¿qué impide que yo sea bautizado?» Con los ojos mojados y el corazón dando saltos de alegría escuchamos su testimonio. Para ser un hombre monosilábico, fue todo un sermón: «Yo soy del Señor y no vuelvo atrás».
Y se bautizó. Era imposible que bajara al bautisterio, pero se bautizó. Con agua derramada en la cabeza, confesó delante de todos que había muerto con Cristo y resucitado juntamente con Él. Delante de amigos y familiares, hermanos de otras iglesia y los de Santa Cruz, que habían orado por él durante tantos años, declaró con palabra y hecho: «Yo soy del Señor y no vuelvo atrás».
Me venían a la cabeza varias ideas al estar allí de pie observándolo todo. Por supuesto, inmensa gratitud a Dios por su misericordia hacia Ramón. También, me quedé maravillado ante la soberanía de Dios. Yo no sé por qué Dios no le salvaría hace treinta años. Humanamente hablando, habría sido mucho más fácil para su esposa y le habría dado a Ramón media vida para servir a Dios aquí en la tierra. Pero Dios no lo quiso así, y ante tal Dios solo podemos doblar la rodilla admirados y confiados en su soberanía.
Treinta años es mucho tiempo para que una esposa viva fielmente delante de su marido inconverso. Es relativamente fácil ponernos una máscara y cuidar de nuestra imagen cristiana delante de la gente con la que estamos de vez en cuando. Pero en un hogar, en un matrimonio, no hay lugar para el escondite. Esposas y esposos en la misma situación: ¡ánimo! Persevera en ser buen marido o mujer. Tu testimonio vivido es tan importante como tus palabras.
Tantas veces queremos cerrar el libro, pensando que Dios no va a escribir nada más. Pero no se acaba hasta que se acaba. Y es Dios quien dice que se ha acabado, no nosotros. Hay que seguir orando por y testificando a estos seres queridos, estos vecinos y compañeros. Sí, llevas años con ellos, pero no tires la toalla si Dios no lo ha hecho.
Pastor, es verdad que desanima predicar la Palabra cada semana y no ver resultados. No debe desanimarnos, pero Satanás hará lo que pueda para hacernos pensar que no vale la pena. Sin embargo, como dice Dios en Isaías 55:11: «…así será mi palabra, que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié». Sigue predicando el evangelio, no dejes de predicarlo, porque es poder de Dios para salvación, aunque tarde treinta años en dar resultado.
En la merienda después del culto, estuve hablando con Ramón. Tuve que agacharme porque casi no tiene voz. Una de las cosas que me dijo, cogido de la mano fue: «Mateo, quiero estar con el Señor». Ramón está preparado: ¿Lo estás tú?
Hasta pronto.
Mateo Hill
director@editorialperegrino.com