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Y el tema de la semana es…
Hubo un tiempo cuando la palabra «tema» se utilizaba en relación con lo que se trataba en una conversación, un libro, una conferencia, una asignatura, etc. Era, pues, una palabra relativamente culta. Hoy, sin embargo, se ha vulgarizado hasta tal punto que cualquier cosa puede ser un tema: un problema, una transacción comercial, un conflicto laboral, una relación sentimental; en definitiva, un asunto de cualquier índole. «Tema» es ya una palabra comodín que puede sustituir prácticamente a cualquier otra, dependiendo del estado de pigricia mental que cada uno tenga y que le impida llamar a las cosas por su nombre.
El doctor Zhivago
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Mi teoría personal (y nada científica) es que comenzó con la película El doctor Zhivago (1965), cuando una de sus piezas musicales se denominó hasta la saciedad «el tema de Lara». A partir de ahí, las pistas de cualquier disco de vinilo empezaron a llamarse «temas», quizá por aquello de culturizar la música popular. Desde entonces, el uso y el abuso del término se extendió como un reguero de pólvora, invadiendo todos los ámbitos. Fue como una rebelión de las masas que reivindicaban para lo más vulgar y cotidiano una designación culta y noble como el «tema»; como una especie de toma de la Bastilla cultural por parte de la plebe. La invasión dura ya cincuenta años y está alcanzando proporciones pandémicas, no solo entre las masas incultas sino a todos los niveles culturales. Los políticos, por ejemplo (que se suponen personas cultas pero que son los principales transgresores del idioma juntamente con los periodistas), nos tienen ya hartos de oír tanto tema que no lo es.
Los resultados son de sobra conocidos: soportar cien veces cada día la repetición de la palabra tema con sus consiguientes cien acepciones distintas y todas ellas erróneas. No importa si hablas por teléfono, vas a una tienda o charlas con un amigo: hay «tema» para dar y tomar. Antes eran los locos los que iban por ahí cada uno con su tema: ahora los cuerdos también.
¿Temas de oración?
Y como suele ocurrir con casi todas las patologías del lenguaje, los evangélicos no somos inmunes al contagio. Los asuntos que a veces tratamos en reuniones de consejo o asambleas de iglesia (tan importantes y graves a veces) se están trivializando al convertirse en «temas». Por ejemplo, los asuntos que son motivo de oración han venido a ser para muchas iglesias meros «temas»: «¿Tiene alguien un ’tema’ de oración?», pregunta el que dirige la reunión, como si se tratara de un tema de conversación, en vez de un motivo de intercesión o alabanza. Existen también los sermones «temáticos»: «Hoy voy a hablar del tema de la salvación», anuncia el predicador, como si la salvación fuese un mero tema; lo cual tiene además el agravante de ser un atentado contra la predicación expositiva. (Pero esto último rebasa los límites de esta sección). Los ejemplos podrían multiplicarse.
No se entiende muy bien por qué palabras tan claras y precisas como «asunto» o «cuestión» hayan sido sepultadas en el olvido más ignominioso mientras el «tema» campea a sus anchas por los dominios (cada vez más dominados) del hermoso idioma español.
Pues lo dicho: si nadie quiere hacer caso, que cada evangélico siga con su tema.
Demetrio Cánovas director@editorialperegrino.com
Este artículo pertenece a la serie “La Palabra y las palabras»