Todo cambia. Nada es para siempre. El statu quo no es tanto un estado sino un momento. Hace poco se cambió de año, a veces cambiamos de trabajo, nos mudamos de una casa a otra. Todo son cambios.
Al empezar el libro de Josué el pueblo de Dios está frente a algunos cambios. Moisés, el líder que han conocido durante toda la vida, ha muerto, y ahora toca acostumbrarse a su sustituto, Josué. Es más, tras cuarenta años de vivir como vagabundos en el desierto, ahora van a pasar a la Tierra Prometida para morar allí.
Hay que seguir
Así es la cosa cuando Dios habla con Josué, y por extensión a su pueblo, para animarles a seguir. En los primeros cuatro versículos del libro, Dios le dice que tienen que seguir porque el pasado es el pasado. Moisés ya pertenece al pasado, y tienen que vivir en el presente para avanzar hacia el futuro. Además, hay que seguir porque Dios tiene planes y obra por hacer. Quiere darles la tierra que prometió a Abraham, y tienen que ir a tomarla.
Así pasa con nosotros al tener todo un nuevo año por delante. Habrá muchos cambios pero seguimos, sin mirar hacia atrás, buscando siempre lo bueno que Dios tiene preparado para nosotros.
No hay que seguir solos
Y el pueblo no tenía que seguir solo, sino que iba acompañado (vv. 5-6) por la presencia de Dios. Aunque desaparezca la columna de nube y fuego, Dios no deja de estar con ellos; cosa que es de mucho ánimo pensando en las dificultades que tenían por delante. Tenían que cruzar el gran río Jordán, y después desterrar a los poseedores de la tierra. De la misma manera nuestro futuro tendrá sus dificultades, ocultas en estos momentos; ¡pero qué consuelo saber que no avanzamos solos! Es esta misma presencia de Dios lo que tiene que hacernos sentir invencibles (v. 5).
No hay que seguir sin instrucciones
Tampoco el pueblo tenía que inventarse el cómo seguir: Dios les daba las instrucciones necesarias (vv. 7,8). Aunque en realidad ya las tenían desde hacía mucho tiempo, las había dado a Moisés. Ahora les tocaba dos cosas: no apartarse de las palabras de la ley, meditar en ella; y obedecerla y ponerla por hecho en todo su caminar en la tierra.
Son instrucciones muy sabias. No necesitamos nuevas instrucciones o revelaciones de Dios, sino meditar en las que tenemos, en la ley de Dios, su Palabra. Igual que la ley de Moisés venía dada por Dios, toda la Escritura es inspirada por él, y conviene que la conozcamos, que meditemos en ella, sin apartarnos ni una pizca de ella. Y, por supuesto, obedecerla. De poco nos sirve una creencia cerebral en la inspiración de la Escrituras, por muy necesaria que sea para el creyente, si esta revelación no nos sirve para guiar nuestros pasos.
Al final de los versículos 7 y 8, donde se habla de la meditación y obediencia a la Palabra, encontramos palabras sobre la prosperidad y el éxito (la Biblia de las Américas usa esta misma palabra). Así entendemos que el verdadero éxito para el creyente, la auténtica prosperidad, se encuentran en obedecer la Palabra de Dios. Entonces, en este sentido, desde Peregrino, te deseamos un próspero año 2017.
Mateo Hill
director@editorialperegrino.com