El chico dejó su bici aparcada fuera del salón de exposiciones para colarse dentro y pillar algún caramelo que seguramente regalaban dentro. Era el año 1954, la ciudad Louisville, y el joven Cassius, a sus doce años, consiguió con sus amigos entrar en el recinto.
Si entrar había sido fácil, la salida presentaba un panorama distinto, no por la seguridad, sino por lo que le esperaba al salir. ¡Le habían robado la bici! ¿Ahora cómo iba a volver a su casa en Grand Avenue donde vivía con sus padres y su hermano Rudolph? Al preguntar por un policía, le indicaron un edificio al lado donde un agente de policía, Joe Martin, llevaba una clase de boxeo para chavales. Empezaron a hablar y el resto, como dicen, es historia.
Seis años después, el joven Cassius Clay volvió de las Olimpiadas con su medalla de oro. Empezó a dedicarse profesionalmente al boxeo, se convirtió al islam, cambió su nombre a Muhammad Ali, y con el tiempo llegó a ser el mejor boxeador del mundo, algunos dirían de todos los tiempos.
Convertido en una estrella, se conoció tanto por sus logros pugilísticos como por sus declaraciones a la prensa: «Es difícil ser humilde cuando eres tan grande como yo»; «soy el boxeador más valiente, más guapo, más superior, más científico, más talentoso en los cuadriláteros hoy»; «si te atreves a soñar con vencerme, será mejor que te despiertes y pidas disculpas»; «no tengo problemas con el Viet Cong». Y la más famosa: «Flota como una mariposa, pica como una abeja; no puedes golpear lo que no ves».
Como sabemos, la mariposa murió el 3 de este mes, con 74 años, y diez días después se celebró un memorial público «multiconfesional» con 15000 personas en su ciudad natal. Con la participación de diferentes personalidades, famosos y familia (se casó cuatro veces y tenía nueve hijos), el mundo dijo su último adiós a un hombre que fue una de las primeras estrellas mundiales.
¿El lugar de la celebración? Ah, el KFC Yum! Centre en el centro de Louisville. El mismo sitio donde un mes antes se celebró la conferencia Juntos por el evangelio, a la cual tuve el privilegio de asistir. El contraste no podía ser más grande. Exaltar a Cristo o alabar a un hombre; celebrar al Salvador que triunfó sobre la muerte o recordar a un boxeador vencido; proclamar el glorioso evangelio de Cristo o escuchar un potpurrí de frases «bonitas» desde sistemas de fe que se contradicen entre sí; fijarnos en el que era Dios o en aquel que se creyó un dios; en el que ganó su última batalla o en el que la perdió.
El mismo día de la muerte de Ali, leía un artículo sobre la costumbre de los victorianos en Inglaterra de fotografiar a los que acababan de morir para tener un recuerdo de ellos, conocida como fotografía memento mori: «recuerda que vas a morir». Cuando mueren los famosos, o incluso los desconocidos, es un buen recordatorio. Yo no soy mariposa, ni boxeador, pero también tengo que morir: «está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio». Recordar esto me ayudará a vivir como debo; primero buscar la salvación en Cristo Jesús, y después vivir lo más cerca posible a Él.
Hasta pronto.
Mateo Hill
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