Luces y sombras
Sigo con mis peripecias por tierras británicas. Y si hay algo que todo el mundo sabe de este querido país mío, aparte de que aquí no se come bien (quien dice esto no ha probado los fish and chips) es que aquí no brilla el sol. Según los expertos del clima británico (los que no han estado aquí, claro está), durante meses enteros las calles se encuentran cubiertas por una densa niebla como si todavía Sherlock Holmes y Jack el Destripador practicasen sus respectivos oficios por la ciudad de Londres.
Estereotipos
Dejando a un lado los estereotipos infundados, la verdad es que estos últimos días he notado la diferencia entre mi país natal y el adoptivo: la luz. Por supuesto el sol brilla en el país de Shakespeare, pero no tiene la calidad que tiene en tierras cervantinas. Siendo meses invernales, amanece más tarde, desaparece el sol antes por la tarde y durante el día no se eleva mucho en el cielo, casi siempre lo tienes en los ojos. Es un sol no muy fuerte, que no calienta mucho.
La penumbra del cristiano
Y por supuesto, hay días en los que no aparece el sol, como estos dos o tres últimos días. Uno se levanta por la mañana, corre las cortinas y ve un cielo lleno de nubes. El sol está allí detrás pero las nubes no dejan pasar más que un mínimo de luz. A pesar de ser inglés de pura cepa, después de tantos años en España, casi me deprimo. ¿Dónde está el sol? ¿Por qué tenemos que hacer la vida en la penumbra? Pero mis paisanos siguen con su vida como si nada.
Llamados a ser hijos de la luz
Como creyentes somos llamados a ser hijos de la luz. Servimos a aquel que es la Luz del Mundo. Hemos sido llamados de las tinieblas a su gloriosa luz. Y sabemos que como meros hombres, y encima pecadores, no disfrutaremos plenamente de la luz hasta llegar a su presencia, para morar en aquel lugar donde no hay necesidad de sol porque la gloria de Dios y del Cordero lo alumbran todo. Y de la misma manera en que yo deseo volver a ver y sentir el sol de España, anhelamos aquel día cuando dejemos estas tierras de penumbra para entrar en la Ciudad de Luz.
A la luz de la Luz
¿Pero no es verdad que al igual que muchos paisanos míos, nosotros como creyentes nos quedamos satisfechos con una vida donde escasea la luz? Dejamos que las nubes del mundo, de las dudas, del pecado sin perdonar, echen su sombra sobre nuestra vida. Y luego nos acostumbramos tanto a la penumbra que terminamos pensando que la vida cristiana no puede ser más, que no puede haber más luz, más gloria. Olvidamos que Cristo vino para darnos la vida en abundancia y esto no empieza con la muerte, sino que podemos saborearla aquí, ahora. No es que la vida cristiana tenga que ser una fiesta desde la conversión hasta llegar al cielo, pero me pregunto si nos acostumbramos tanto a las nubes que no hacemos nada para disiparlas, no buscamos que el viento del Espíritu Santo se las lleve, no intentamos acercarnos un poco más a nuestro Sol y vivir a la luz de la Luz.
Mateo Hill administracion@editorialperegrino.com