El limbo
La última semana la pasé en el limbo. Ya sé que el anciano vestido de blanco en Roma, ha dicho que el limbo no existe, pero yo he estado allí. Lo he visto con mis propios ojos; lo he sufrido en mis propias carnes; incluso lo he saboreado. Es un lugar extraño, angosto y nebuloso; un lugar donde las cosas parecen ser de una forma, pero son de otra.
Entreacto
Más vale que me explique, antes de que alguien me tache de hereje. Es que, tal y como reflejamos en el blog de la semana pasada, el viernes 28 de febrero fue el último día de trabajo de Demetrio, hasta la fecha el Director de Editorial Peregrino. Pero oficialmente Demetrio no se jubilaba hasta el día 9 de marzo, es decir, ayer.
Director en funciones
Así que, un servidor ha estado funcionando como Director Gerente sin realmente serlo hasta hoy, lunes día 10 de marzo. Cuando la gente ha llamado preguntando por Demetrio o el Director, me han pasado la llamada. Es decir, lo he sido sin serlo. Y esto era algo similar al limbo, ni una cosa ni la otra.
Solo una semana
Lo bueno es que nuestro “limbo” solo ha durado una semana. Hoy es el día 10 de marzo, y para mi es un día muy señalado. No solo por ser el primer día después de la jubilación oficial de Demetrio, sino porque hoy, es mi cumpleaños espiritual. Es una de esas extrañas providencias, que el mundo llamaría “casualidad”, que el mismísimo día en que todo recae sobre mis hombros de forma oficial, sea también un día de tantos recuerdos para mí.
¿Una «coincidencia»?
Aquel domingo por la noche, cuando llamé a mi padre al dormitorio antes de dormir, para explicarle, como ya había entendido que todas esas verdades que había mamado en la casa pastoral donde me crié, las tenía que hacer mías. No bastaba saber que Cristo murió por pecadores, sino que murió por mí. No bastaba saber que hay que confiar en Él para la salvación, sino poner mi confianza en Cristo, para que Dios me perdonara a mí mis pecados. Durante casi 16 años había escuchado el evangelio, hasta 6 veces a la semana, pero el día 10 de marzo del 1980, Dios en su gracia, me hizo ver por fin, que yo podía y debía ser salvo. Me llevó a la cruz de Cristo, y me hizo ver allí a mi Salvador… mi Salvador personal. Aquel que de verdad murió por mí para salvarme. Bendito día, y bendito Su nombre.
Él me ha cuidado
Desde aquel día, hace 34 años, mi Dios no me ha fallado, ni una vez. Siempre ha estado allí para mí. Claro yo me he alejado de Él y le he fallado, pero Él nunca me ha dejado. En los momentos difíciles, y los ha habido muy difíciles, me ha sostenido y ha estado a mi lado.
Es la realidad
Por eso, creo firmemente, que no es casualidad que hoy sea el día 10 de marzo. Mirando hacia atrás y recordando la inmensa y perfecta fidelidad de mi Dios, puedo a la vez mirar al futuro con confianza. Si el futuro de Peregrino está lleno de incertidumbre, y si yo veo difícil mi caminar a la cabeza de esta gran obra, al menos, sí veo claro que mi Dios me va a acompañar en el viaje, porque Él es un Dios fiel. Y esto no es el limbo, ¡es realidad!
Mateo Hill administracion@editorialperegrino.com