Cuesta imaginarlo. Ahí en frente de la puerta de mi profesora de piano. Ahí donde yo y mi padre pasamos tantos sábados. Sí, este terreno lleno de matorrales y árboles y con la hierba de un metro de altura, antes era un jardín, un jardín comunitario, donde cada vecino plantaba sus patatas, judías y lechugas.
Pero claro, eso fue hace 40 años. Poco a poco hubo menos vecinos con interés. Nadie cavaba, nadie quitaba la mala hierba. Y poco a poco los jardines volvieron a su estado natural, salvaje, sin dejar rastro del tiempo y cuidado invertidos en ellos.
¡Cuán fácil es descuidarse uno de su alma! No la cultivamos bien. No cavamos hondo para que el Espíritu limpie y oxigene la tierra. No sembramos constantemente la preciosa Palabra de Dios para que vaya apareciendo ese fruto tan variado como el amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. No regamos con la oración, ni abonamos con las buenas obras, no podamos lo que sobra. Total, descuidamos, que es mucho más fácil.
Por cierto, a 300 metros del antiguo jardín hay otro terreno, más bien un descampado, frente a mi antigua escuela. En mi niñez hubo allí una iglesia metodista, ahora desaparecida por falta de asistentes. Eso también me hace pensar…
P.D. El libro El enfriamiento espiritual de Octavius Winslow trata este tema con más profundidad.
Gracias por tomarse la molestia de enviarnos estas sabías reflexiones.
Dios bendiga sus vidas que les siga dando sabiduria para q sigan siendo de edificación para las almas necesitadas de Dios. Un fuerte abrazo en el amor de Cristo.