Donde hay pan
Cuatros hombres se sientan a cenar. Son compañeros, hasta incluso amigos, dado que llevan tiempo juntos, unidos por muchas cosas que tienen en común. Es un banquete magnífico, mayormente por no haber tenido que prepararlo ellos, unido al hambre atroz que tienen.
No son compañeros de trabajo, ni es una cena familiar, sino que son cuatro enfermos, castigados por la lepra. Tampoco cenan en un restaurante de la guía Michelín, sino en una tienda en medio del campo, una tienda de un campamento militar.
Estamos en los alrededores del la ciudad de Samaria presenciando el capítulo 7 del 2º libro de Crónicas. Cuatro hombres hambrientos, desesperados y rechazados por su propio pueblo, por fin encuentran comida en el campamento sirio abandonado tras la intervención milagrosa de Dios.
No está bien
Nos alegramos con ellos y comprendemos su alegría. Por fin pueden aliviar el hambre que tienen y apaciguar el dolor de estómago que ha sido su acompañante constante durante muchos días. Pero notamos que se introduce una nota triste, de duda, de alarma en esta escena. En el versículo 9, ellos comentan: “No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva y nosotros callamos”. Se dan cuenta que se han vuelto egoístas, olvidando a sus conciudadanos en Samaria, los que siguen con tanta hambre que comen cabezas de asno y hasta a sus propios hijos. Ellos también tienen que saber que aquí pueden comer y saciar su hambre. Los cuatro disfrutan comiendo hasta la saciedad mientras sus amigos, familiares, vecinos y antiguos compañeros siguen con hambre. ¡Qué egoísmo!
Pero los creyentes hoy, tú y yo, nos tenemos que hacer una pregunta muy importante. ¿No es que nos comportamos de la misma forma? Hemos oído el mandamiento, la invitación, de Dios: «Gustad y ved que es bueno el Señor», y hemos gustado y nos ha gustado. Y cada semana nos ponemos a la mesa de Dios para alimentarnos de su Palabra. Tenemos el bufé libre de sermones en internet, y cada día abrimos nuestras Biblias en casa para mantener la salud. Un buen libro cristiano nos proporciona vitaminas necesarias y hasta las canciones que escuchamos o entonamos nos sirven de un buen tentempié. En muchas iglesias hay reuniones casi todos los días, y tenemos a nuestra disposición un sinfín de alimentos espirituales, y buenos. Y está bien que usemos los medios de gracia que Dios ha puesto a nuestra disposición.
¿Somos egoístas con el evangelio?
¿Pero no nos hemos vueltos igual de egoístas que aquellos leprosos? Comemos todo lo que podemos, pero sin acordarnos de los que tenemos al lado que siguen con hambre. Nos ponemos otro buen banquete espiritual pero nuestro vecino no ha comido nunca de las cosas del Señor. Es que nos hemos vueltos muy egoístas. Las cosas espirituales, parece ser, solo existen para mí, par mi bien, para hacerme sentir mejor. Si dudas de lo que decimos, pregúntate cuál es la actividad de la semana menos concurrida de tu iglesia. ¿A que es la evangelización?
Es cierto que parece difícil evangelizar, y ofrecemos una seria de justificaciones que nos medio tranquilizan: no sabría qué decir; no tengo don de palabra; no me siento llamado por Dios; hay otros que lo hacen mejor que yo; no he hecho el cursillo; pagamos al pastor para hacer esto; no me van a escuchar; etc., etc.
Pero espera un momento. Si dejamos a nuestros cuatro amigos leprosos definir la evangelización, nos sale algo así: es cuando un mendigo dice a otro mendigo dónde conseguir pan. Y esto lo puede hacer cualquiera. Incluso es lo que encargó Jesús a sus discípulos justo antes de volver al Cielo. Si comes en un buen restaurante lo cuentas a todos para que ellos disfruten también. Y nosotros hemos comido de Aquel que es el Pan de Vida que da vida eterna.
O simplemente podemos callarnos. Pero esto no estaría bien, ¿verdad?
Mateo Hill administracion@editorialperegrino.com