El día de las pequeñeces
Vivir en el día de las pequeñeces es difícil. El pueblo de Israel lo sabía muy bien. Llevaba diecisiete años de regreso en la tierra prometida después de volver de sus setenta años de cautiverio en Babilonia. Volvieron con el proyecto doble de reparar las murallas de la ciudad de Jerusalén y reedificar el Templo derribado por las tropas de Nabucodonosor. Pero en estos diecisiete años, a raíz de la oposición, no había avanzado la obra casi nada. Y por lo que podemos entender por las profecías de Hageo y Zacarías esto afecta al pueblo. Se sienten fracasados, desanimados, y empiezan a ensimismarse a raíz de sus problemas. ¿Cómo vamos a poder ver la cosa terminada? Somos tan pocos y bastante tenemos con sobrevivir y defendernos de los enemigos.
Falta avivamiento
Es muy fácil para nosotros caer en la misma forma de pensar, que al fin y a cabo es una trampa de Satanás. Seguimos viviendo en el día de las pequeñeces. A pesar del triunfalismo en algunos círculos, no vemos la obra de Dios a gran escala, no vemos el avivamiento que tanto necesitamos en España y que nunca se ha visto en esta península; y si digo avivamiento me refiero a la obra en que Dios vuelve su iglesia hacía Él en oración y en torno a la Palabra predicada, que afecta tanto a los de dentro de la iglesia, que causa una revolución espiritual para salvación de miles fuera de ella.
Mirar hacia adentro
Viendo una verdadera falta de avance empezamos a mirar hacia dentro y nos desanimamos porqué no nos vemos capaces de cambiar las cosas por mucho que intentemos. Y entrado ya en este círculo vicioso, la tendencia es intentar esforzarnos más y más, a ver si de alguna forma somos capaces de poder salir adelante.
Con mi Espíritu
El mensaje de Zacarías en el capítulo 4 de su profecía es muy instructivo en este sentido. A un pueblo así, de estas características, Zacarías tiene que entregarle un mensaje divino: «No con ejercito (poder), ni con fuerza, sino con mi Espíritu» (v6). Y para ilustrar esa gran verdad el profeta recibe una visión en la que se presenta un candelabro con siete lámparas, cada una conectada a un depósito común. Al parecer, Zacarías no toma nota en el principio de que este depósito a la vez está conectado a dos olivos que «vierten de sí aceite como oro».
Nuestro depósito
Y allí está el meollo del asunto. ¿Cuántas veces intentamos lucir usando nuestro propio pequeño depósito de aceite, o sea, lo que tenemos dentro? ¿Cuántas veces queremos arrojar luz cuando a la vez no estamos recibiendo aceite de los olivos? ¿Cuantas veces intentamos hacer las cosas por nuestra propia fuerza pero no recibimos este abastecimiento del Espíritu de Dios? Como aquellos arboles en el principio, Dios aparece como un adorno en nuestras vidas.
Los dos olivos
¿Y que representan los dos olivos en nuestra vida y experiencia? Hay tantas respuestas como libros que consultes. Pero déjame hacer una sugerencia. Dos cosas parecidas pero distintas que mantienen al pueblo de Dios dependiente del Todopoderoso en vez de confiando en sí mismo: la Palabra de Dios encarnada y la Palabra de Dios inspirada. Si todo lo que hacemos, lo hacemos a la luz de las Escrituras y con los ojos puestos en Cristo Jesús el autor y consumador de nuestra fe, entonces lo haremos «no con ejército, ni con fuerza», sino en su Espíritu. Haciéndolo así, podremos seguir adelante, aún en el día de las pequeñeces.
Mateo Hill administracion@editorialperegrino.com