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BlogLa Palabra y las palabras

Cómo evitar los malos entendidos…

Por 17 febrero, 2014Sin comentarios

[custom_frame_left shadow=»on»]malentedidosWEB[/custom_frame_left] Cómo evitar los malos entendidos…

Que los idiomas evolucionan es un axioma lingüístico que nadie osaría cuestionar. Y que esa evolución es múltiple y multiforme es igualmente indudable. De esta manera, el lenguaje da forma a los nuevos conceptos que van surgiendo y vehicula las nuevas necesidades de expresión. Hasta ahí, nada que objetar. El problema, en mi humilde opinión, es que, hablando en términos científicos, este particular proceso evolutivo da lugar a mutaciones que dificultan la comunicación, en lugar de facilitarla, como debiera ser su objetivo.

El término «malentendido» es el fruto de la feliz cópula entre el adverbio «mal» y el verbo «entender». Como es natural en toda criatura gramatical, esta tiene su propio desarrollo morfológico que da lugar al plural «malentendidos». Pues bien, son muchos los que se empeñan en transformar esta preciosa criatura en el monstruo de dos cabezas de los «malos entendidos», que habita entre nosotros y que tanto dolor de oídos nos produce a muchos.

Un primo hermano del «malentendido» es el «maltrato», fruto de una procreación parecida a la del anterior. A este lo define el Diccionario como «acción y efecto de maltratar». En toda buena lógica, su expresión plural debería ser «maltratos», pero ciertas mentes ampulosas han decidido e implantado a golpe de micro y rotativa que hay que hablar de «malos tratos». La expresión es, por supuesto, gramaticalmente correcta, pero crea la ambigüedad de no distinguir entre los «malos tratos» (negocios, acuerdos, etc.) y los «maltratos» a personas. Esto, simplemente, empobrece el idioma y lo hace más impreciso.

Otro caso «clínico» parecido es el del sustantivo plural «altibajos». Hace años, todos convivíamos felizmente con este hijo tan español y tan saludable. Hasta que un día apareció una malvada bruja que dividió al niño por la mitad convirtiéndolo en «altos y bajos». Hombres altos y bajos los ha habido siempre, pero aplicar esta terminología a estados de ánimo y similares me parece totalmente fuera de lugar. Si uno dijera: «Hoy he tenido unos altos» o: «He tenido unos bajos», alguien se preguntaría: «¿De qué va este?».  Supongo que se trata de una de esas seducciones anglosajonas propiciadas por aquellos que se han rendido ante los encantos de los ups and downs del idioma de Shakespeare.

Un fenómeno inverso a los anteriores lo tenemos en la expresión «sobre todo», que algunos unen, confundiéndola con esa útil prenda llamada «sobretodo» que nos ponemos encima de otras ropas.

A unos y otros tenemos que decir: «Lo que la Academia unió, que no lo separe el hombre» (y viceversa).

Los cristianos no somos inmunes ni a estas expresiones ni a los conceptos que transmiten. Sufrimos «altibajos», hay «malentendidos» en nuestras comunicaciones y «maltratos» (principalmente verbales y psicológicos) en nuestras relaciones. Tengamos, pues, cuidado con las palabras y, «sobre todo», con lo que hay detrás de ellas.

  Firma DC transparente

Demetrio Cánovas   director@editorialperegrino.com

Este artículo pertenece a la serie “La Palabra y las palabras»

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