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Cuando Cristo parece estar lejos

Por 10 junio, 2013junio 12th, 2013Sin comentarios

Cuando Cristo parece estar lejos

Perder la amistad con alguien es triste.  Una relación de confianza y cercanía se pierde y se reemplaza por un distanciamiento desagradable. O puede ser que uno tenga que trasladarse por razones de trabajo, incluso dejando atrás su tierra y su familia.  Y como es natural echa de menos a los que se han quedado atrás.  Es triste, pero tenemos asumido que en esta vida cosas así tienen que pasar.

Mucho más triste para el creyente es cuando nuestro amado Salvador parece estar alejado de nosotros.  Oramos y parece que no nos escucha.  Leemos su Palabra y no le oímos.  Escuchamos sermones pero él no nos habla. Cantamos sin sentir que el Señor recibe nuestra alabanza. Buscamos su presencia pero realmente no le encontramos, no le vemos.  ¡Qué triste!  La vida cristiana no debe ser así.

No religión sino relación

Decimos con razón que la fe cristiana no es tanto una religión como una relación, pero la verdad es que con bastante frecuencia nos encontramos en esta situación de separación.  Somos del Señor pero ¿dónde está el Señor?  Esa situación la tenemos reflejada en el libro bíblico de Cantar de los Cantares.  En el versículo 6 del capítulo 5, la esposa se levanta de la cama para abrir la puerta a su amado y no está: «Abrí yo a mi amado ; pero mi amado se había ido, había ya pasado; y tras su hablar salió mi alma. Lo busqué, y no lo halle; lo llamé, y no me respondió.»  ¡Cuántas veces sentimos exactamente lo mismo!

Pero, ¡que tengamos una cosa clara!  Si seguimos en Cantares 5 vemos que la culpa no está en el Amado.  El Amado llega a la puerta de su amada (v2), le llama(v2) y le muestra su cariño y afecto al dirigirse hacia ella: «Hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía» (v2).  Después (v5) ella encuentra en el pomo de la puerta la mirra que el llevaba en sus manos, y según los entendidos la mirra representaba el amor en este contexto y cultura. En el versículo 4 le vemos al Amado pasar su mano por la ventana a ver si podía alcanzar el pestillo de la puerto para abrirlo desde dentro.  Cristo nuestro Salvador viene a sus hijos, nos llama por nombre y nos derrama sus amor y cariño; y su Espíritu Santo está preparado para facilitar este encuentro tocando dentro de nuestras vidas.  No, la culpa de cualquier separación o alejamiento que surja no es de nuestro Señor.

¡No te pongas cómodo!

Claramente la culpa es nuestra.  La reacción de la esposa en Cantar de Cantares es tanto sorprendente como lo es tristemente un reflejo de la realidad en nuestras vidas: «Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar?  Parece mentira la respuesta de esta mujer.  Su contestación a su Amado no es tanto de amor, sino más bien palabras motivadas por el egoísmo y la comodidad.  No me molestes, aquí estoy bien; mañana te veo y hablamos, pero ahora yo quiero seguir donde estoy en la cama y no me gusta la idea de levantarme.

Parece imposible que una mujer enamorada podría actuar y contestar así, pero lo hace nosotros también.  ¡Cuántas veces nos encontramos que Cristo está lejos, y esto porque nos hemos acomodado!  Tenemos a nuestra disposición toda una serie de medios de gracia para cuidar de esta relación con nuestro Amado, pero muchas veces es más fácil no ir al culto, preferimos no apagar la tele para leer u orar.  ¿Cómo puede ser que cuando llueve o hace frío la asistencia a los cultos, en especial el de entre semana, baje notablemente? La respuesta es la comodidad y el egoísmo. No me conviene. Yo no quiero esta molestia. Así actuó la esposa en Cantar de Cantares, con el triste resultado que hemos visto: «Lo busqué, y no lo hallé«.  Por supuesto, hay más maneras de perder la comunión con el Señor, pero el pasaje nos habla de este aspecto, la comodidad que no es nada más que el egoísmo ligeramente disfrazado.

Pero te hace pensar ¿verdad? ¡Cuanta bendición perdemos, cuanto comunión, simplemente por no querer incomodarnos y seguir tan centrados en lo nuestro! En este caso, el egoísmo me hace daño a mi mismo, obra en contra mía, porque por pensar en mí mismo, y pierdo.  ¡Qué necios somos ¿verdad?!

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Mateo Hill   administracion@editorialperegrino.com

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