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BLOG – Agua y aceite

Por 20 junio, 2024Sin comentarios

No me gusta gastar el dinero. Menos aún si es pagar para que alguien haga lo que yo podría hacer. Por eso, mis vehículos no pasan muchas veces por el taller. Meto el coche en el patio de la casa, y ahí me ensucio, me frustro, y me canso, mientras voy recordando el dinero que estoy ahorrando.

Hace 6 meses me tocó cambiar los soportes del motor, que con el paso del tiempo la goma se había gastado con el resultado de que el motor se movía demasiado a la hora de acelerar. Cuatro de los soportes se cambiaron fácilmente, pero el quinto, ¡ay con el quinto! Al final lo dejé para otro día.

Aquel día llegó el sábado pasado. Con la ayuda de mi amigo Michael, mecánico cubano que asiste a la iglesia con su esposa e hijas, lo conseguimos; bueno, lo consiguió él. Cinco horas de pena, pero acabando en gloria.

Durante la mañana, con Michael desaparecido por debajo del coche, decidí mirar los niveles del motor. Nada más desenroscar la tapa de refrigerante vi un problema. En el lugar donde se espera encontrar agua mezclada con anticongelante, me esperaba aceite, aceite negro del motor. Es verdad que en el motor de la mayoría de los coches cohabitan los dos líquidos, agua y aceite; pero siempre separados, nunca mezclados.

Resulta que un enfriador de aceite, que usa el agua para el proceso de enfriamiento, se había roto y el aceite bajo presión se filtraba a los conductos de agua. Claro, el coche seguía, y sigue, funcionando con normalidad. Tiene el mismo aspecto que siempre. Pero por dentro está mal.

A veces me cuesta recordar que a las personas que me rodean les pasa lo mismo. Tienen aspecto de «normales», funcionan bien, la vida les va bien. Pero por dentro algo va mal, algo que si no se arregla les dejará en el desguace llamado «infierno». Necesitan el evangelio que les ponga bien. Y yo soy el responsable de diagnosticarles su problema y dirigirles al mecánico de almas, para que se les arregle el alma en el taller de la cruz.

Pero también tengo que darme cuenta de que hay muchos creyentes, hermanos en mi propia congregación, que, al margen del aspecto de normalidad y de funcionar bien, están mal. Su buen parecer esconde un mal estado, sea físico, anímico, emocional o espiritual. Todo creyente tiene sus luchas, sus problemas, sus tentaciones y sus pruebas. Muchas veces ni se sabe lo que el hermano está pasando. Pero me corresponde a mí amar a mi hermano, preocuparme por él, ofrecer ayuda para aliviar sus problemas y encontrar salida. A veces estoy tan centrado en mis problemas que ni se me ocurre que hay otros que también sufren.

Señor, ayúdame a recordar las necesidades de los que me rodean. Ayúdame a tener palabras de ánimo para mis hermanos en la fe, a buscar cómo ayudarles aun cuando no dan muestras de tener problemas. Y ayúdame siempre a tener palabras restauradoras, palabras de salvación, para los pecadores rotos que tú has puesto en mi vida.

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