Skip to main content
Blog

Algo que mirar

Por 7 junio, 2024Un comentario

Conducir un vehículo clásico es una aventura. Mi Vespa tiene más años que mis hijos —es del año ‘88— y siempre se conduce con algo de interés añadido. La mía no es una versión de concurso, restaurada a la perfección, que se guarde entre algodones por si le pasara algo. No, la mía es de uso diario para llegar al trabajo, y tiene toda la pinta de una moto vieja, que es lo que es. Hace un año la saqué de una cochera donde había estado durante varios años, y tras un buen chequeo, empecé a usarla.

Al ser vieja, en tan solo un año he tenido que hacerle muchas cosas: le he cambiado el depósito porque el original estaba oxidado por dentro y se ensuciaba la gasolina, dos neumáticos nuevos ocupan su lugar en sus respectivas llantas, un sillín nuevo, claxon nuevo, y varias cosillas más. Y te aburriría escuchar las veces que he tenido que desmontar, limpiar y volver a montar el carburador. Siempre hay «algo que mirar».

Llevaba tiempo notando que el embrague no funcionaba bien: era más difícil seleccionar las marchas, y el punto muerto a veces brillaba por su ausencia. Varias veces lo miraba para ajustarlo, pero sin dejarlo bien. Hace diez días la moto no podía más y el cable del embrague se partió; gracias a Dios, estaba a 10 metros de mi casa (empujar una moto, por pequeña que sea, no es la cosa más agradable del mundo). Así que, pedí un cable nuevo y lo coloqué, justo a tiempo para la excursión del fin de semana pasado en Castellón de la Plana, junto con mi esposa y 170 Vespas más.

Pero no todo me marchaba bien, todavía no entraba muy suave, y conducir por ciudad era una odisea, ya que el punto muerto no se encontraba. Intenté solucionarlo tirado en el suelo en la plaza del Ayuntamiento, y otra vez durante la ruta de 110 km por la Sierra de Espadà, pero sin éxito.

Pero ayer por la tarde, lo solucioné. Miré otra vez los ajustes, afiné bien la tensión en el cable, la llevé para dar una vuelta, volví a casa a seguir ajustando y afinando, y «voilá». Por fin, todo suave: las marchas entraban a la perfección y el punto muerto siempre aparecía donde tenía que estar.

¡Mi mujer me dice que soy muy clásico! A veces pienso que probablemente no es un cumplido, pero la verdad es que a veces me siento como mi Vespa clásica. Llevo más de 40 años como creyente, y hasta el día de hoy he pasado por muchos caminos y recorrido muchos kilómetros. La tentación es pensar que, con más años en la fe y con más experiencia en el camino estrecho, las cosas van bien, que ya no hace falta cuidarme como en el rodaje de los primeros kilómetros, que ya sé lo que es ser cristiano.

Pero es justo lo opuesto. Creo que este clásico tiene que seguir cuidándose, y cada vez más. Que tengo que estar constantemente haciéndome un chequeo espiritual, con constantes consultas al Manual del Fabricante para mantenerme en óptimas condiciones, retocando, puliendo, afinando. Hay impurezas que limpiar, no alumbro como debo, la lengua no se frena como debe, hay que tener cuidado con los derrapes y deslices, y la chapa de mi armadura tiene que engrasarse para no quedarse oxidada.

Sé que al llegar a la presencia de Dios seré restaurado. Terminaré como recién sacado de fábrica, incluso mejor, a imagen y semejanza del gran Diseñador. Pero hasta aquel día, mi deber es mantenerme rodando, manual en la mano, cuidando, retocando y afinando, «y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca».

Un comentario

  • Ramón dice:

    Gracias por la reseña. Muy, muy real.
    Seguiremos arreglando las marchas, superando los «puntos muertos».

Dejar un comentario


*