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A fin de conocerle

Por 30 septiembre, 2013Un comentario

A fin de conocerle

Cuando Pablo, en Filipenses capítulo 3, contempla la justicia concerniente a Dios que se nos da en Cristo, a duras penas logra contenerse y apila un epíteto encima de otro al pensar en la gloria de este conocimiento. Pero eso, según el Apóstol, solo es la primera parte. Es la primera parte, y es vital; pero gracias a Dios no se queda en eso. La posición de Pablo es que ha llegado a ver que todo, todo ese “excelente conocimiento”, está personificado en el Señor Jesucristo: en su perfecta vida de obediencia y su muerte expiatoria.

Pero, al contemplar estas cosas, Pablo ve otra cosa también, y en los versículos 10 y 11 pasa a hablarnos de ese conocimiento adicional que ha encontrado en Cristo y que desea conocer aún mejor. En los versículos 10 y 11 declara esa ambición por la que cuenta todo lo demás como pérdida. Nos dice que está tirando como un perro de una correa. Quiere conocerlo, quiere aprehenderlo y quiere ser asido por ello.

Conocimiento adicional

Y lo primero que nos dice acerca de este conocimiento adicional es que desea conocer mejor a Cristo mismo: “A fin de conocerle”. Ahora bien, es muy importante que tengamos clara esta afirmación. Pablo no dice que esté deseoso de tener un mayor conocimiento acerca de Cristo. Ni tampoco dice que desee ser más consciente de ciertas verdades concernientes a Cristo. En un sentido el Apóstol lo deseaba, pero lo que está diciendo va mucho más lejos. Nos dice que anhela un conocimiento mayor y más personal del Señor mismo.

Ahora bien, esto no solo debiera ser cierto del apóstol Pablo, también debe serlo de todos nosotros. Tengamos esto muy claro con respecto a nosotros. No es probable que veamos al Señor resucitado como lo hizo Pablo, porque, tal como hemos visto, eso fue único. Pablo recibió esa visión en el camino a Damasco porque fue llamado a ser un Apóstol y, por definición, un Apóstol debía ser testigo de la Resurrección. En 1 Corintios 15 es como si dijera: “No le vi durante los cuarenta días tal como hicieron los demás; le vi después, recibí esa visión especial para ser hecho Apóstol”. No vamos a tener esa experiencia porque no está destinada a nosotros, pero sí estamos destinados a tener una comunión viviente, personal y real con el Señor resucitado. Si como cristiano solo puedo decir que creo ciertas cosas con respecto a Cristo, entonces soy un pequeño recién nacido en Cristo. Por supuesto, debo creer ciertas cosas acerca de Él, y mi fe debe descansar en Él objetivamente, pero el cristianismo no se queda en eso. El que es verdaderamente cristiano es aquel que tiene esta comunión viviente con Él… no meramente creyendo ciertas cosas acerca de Él, sino siendo verdaderamente consciente de su presencia. A veces cuando estás orando a solas, a veces cuando estás leyendo las Escrituras, a veces cuando meditas en estas cosas, se produce una extraña conciencia de que hay otro, alguien más, presente; de que no estás solo y parece estar hablándote. No oyes, pero comprendes el mensaje. Comprendes lo que está diciendo. Está ahí, estimulándote por algo que has hecho o quizá reprendiéndote o censurándote. Se está mostrando como alguien glorioso y maravilloso, pidiéndote que te acerques más y pases más tiempo con Él. Estas son las cosas, esto es parte de la comunión acerca de la cual está hablando el Apóstol.

Comunión por fe

Ha resucitado, está vivo, el Apóstol le vio realmente, pero es posible tener esta comunión por fe y Pablo anhelaba más de ella. Y la pregunta para nosotros es ahora: ¿anhelamos también más de ella? A mí me parece cada vez más que eso es lo que debiera preocuparnos a todos los que somos cristianos; ciertamente, creo que es una de las cosas que diferencian al verdadero cristiano de cualquier otra persona en este mundo. Todo el mundo quiere algo; todo el mundo desea tener algo; tú y yo tenemos todo tipo de ambiciones. Ahora bien, lo que tenemos aquí es que el cristiano es alguien que dice: “Lo que anhelo por encima de todo lo demás es conocerle mejor, y cuando pienso en eso, todo lo demás pierde toda su importancia en comparación. Si vendiendo todo lo que tengo, o abandonando todo lo que he sido hasta ahora, si haciendo eso, pudiera tener un conocimiento más profundo, una comprensión más verdadera, una comunión más cercana, lo haría alegremente”. Esa es la prueba, esa fue la experiencia de Pablo y debiera ser la experiencia de cada uno de nosotros.

Cita tomada del libro Una vida de gozo y paz, por Martyn Lloyd-Jones (pp. 304-308)

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Mateo Hill   administracion@editorialperegrino.com

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