La ley de Dios, la Biblia, es maravillosa. Cuando vemos la diversidad entre sus más de cuarenta autores, los trasfondos culturales y sociales de ellos, los quince siglos de diferencia entre el primer autor y el último, y los tres idiomas utilizados; y aun así tiene una homogeneidad asombrosa.
Aún más maravilloso, por supuesto, es su mensaje, el evangelio. El hombre creado a la imagen de Dios, da la espalda a su propio Creador, y como consecuencia se queda alejado de Dios. Pero Dios no abandona sus planes para el hombre. Elige salvar a un pueblo, y para hacerlo manda a su propio Hijo a morir en lugar de esos pecadores rebeldes, para restaurar en ellos su imagen y semejanza, y llevarlos a su presencia para su gloria eterna.
El salmista hace su oración, siendo un siervo de Dios (versículo 17). Es decir, ya ha visto las maravillas de la ley. Aun así, sigue pidiendo al Señor. Cosa que nos muestra que es una oración que los creyentes, los que hemos visto lo maravillosa que es la cruz de Cristo, podemos y debemos hacer nuestra.
La Naturaleza Humana
¿Por qué? En primer lugar, porque seguimos siendo seres humanos. Nos quedamos como aquel hombre que fue tocado por el Señor y dijo: «Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan» (Mr. 8v24). No es que volvamos a perder la vista de nuevo sino que nuestra mente humana no es capaz de captar toda la profundidad de las verdades espirituales. Así que además de la gratitud a Dios por habernos abierto los ojos a la hora de salvarnos, nuestra oración como creyentes debe hacerse eco del salmista: «sigue abriéndome los ojos, sigue mostrándome las cosas maravillosas de tu ley».
El Mundo
Una segunda cosa que nos impide ver bien es la influencia del mundo. Sabemos muy bien que estamos en el mundo pero no somos del mundo. Pero olvidamos que el mundo está en nosotros, precisamente porque estamos en el mundo. El mundo ejerce una gran influencia sobre nosotros, tanto que es muy difícil no caer en la trampa de ver como ve el mundo, que no es nada más que cerrarnos los ojos a las cosas de Dios. Aunque Pablo lo dice en otro contexto, también es verdad para el creyente que el dios de este siglo nos ha cegado los ojos para que no veamos.
La Carne
Pero no solo es la influencia de fuera, del mundo, lo que nos afecta la vista, sino lo que sale desde dentro. Además del mundo, está la carne. Nuestras emociones, nuestros sentimientos, lo que nos agrada, lo que sentimos en el corazón. Cuando nos acercamos a la Palabra de Dios desde esta óptica, lo hacemos buscando lo que queramos ver y no buscando las maravillas que Dios quiere revelarnos.
El Diablo
Y en cuarto lugar está el diablo. Una vez que Dios nos ha abierto los ojos para ver las maravillas de su ley, Satanás hará lo que pueda para ponernos una venda para que no veamos con claridad. Recuerda que tanto al tentar al primer Adán como al Segundo, lo hace con la Palabra de Dios en la mano pero buscando crear dudas o tergiversar la Palabra. ¿Cuántos de nosotros tenemos esos ‘puntos ciegos’ en nuestra vida a causa del pecado y de haber caído en la tentación?
Entonces, confiesa el pecado, abre tu Biblia, busca las maravillas que hay allí aun cuando no te apetezca, y haz que las palabras del salmista sean tuyas: «Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley«.