«No hace falta predicar el evangelio hoy, pastor; todos somos creyentes».
¿Cuántos pastores y predicadores han oído, o pensado, algo parecido? Yo, sí. Pero sigo pensando que es importante predicar el evangelio, pronunciar un sermón evangelístico, aun frente a la falta de inconversos en nuestros cultos. ¿Por qué?
1) No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos. No podemos ver el corazón de todos los que profesan ser creyentes. Hay que predicar el evangelio por los que creen que son salvos sin serlo.
2) Qué mejor forma de afirmar la fe y el conocimiento de los recién convertidos. Seguramente tendrán lagunas y su fe es todavía muy débil. Les recordamos qué han creído.
3) Para todo el pueblo de Dios, debe de ser de ánimo escuchar de nuevo el evangelio, repasar lo que Cristo hizo en el Calvario, emocionarse al escuchar otra vez de un salvador en una cruz, tanto que quisiera volver a salvarse de nuevo.
4) El ser humano es dado a olvidar, aun algo tan importante como el evangelio. Por eso Cristo nos dejó la Cena: Haced esto en memoria de mí. Escuchar el evangelio predicado refresca la memoria, devuelve el gozo que se ha apagado, inflama ese primer amor.
5) ¿Quién realmente ha sondeado las profundidades de la gracia de Dios? ¿Quién de verdad entiende el evangelio, el Dios santo que a través de la muerte de su Hijo da vida a pecadores moribundos como nosotros? Siempre hay más que aprender, más luz que recibir. Siempre nos quedan muchos momentos más de «Wow, nunca lo había pensado así antes».
No tengamos pues reparo en predicar sermones evangelísticos, «a tiempo y fuera de tiempo». Descansemos de forma regular de nuestras series para predicar el evangelio «puro y duro». ¡Igual se animan los hermanos a invitar a sus amigos inconversos a escucharlo!