Si predicar es una de las más grandes responsabilidades que tiene el hombre, traducir a alguien que predica no tiene menos importancia. Ayer en el encuentro de la Asociación de Ministros Reformados de España me tocó traducir un sermón; y sí, me pesó la carga de la responsabilidad.
Había escuchado en dos ocasiones anteriores al predicador, un norirlandés, y sabía que tenía el típico acento de Belfast… menos mal que mi mujer es también de la isla. Pero no solo era el acento, sino también las referencias culturales que suelen salir en un sermón o las ilustraciones. ¿Iba a ser yo capaz primero de entenderlas y después comunicarlas a los oyentes que no saben, por ejemplo, el significado del 12 de julio en la cultura norirlandesa?
Aparte de lo cultural, estaba el problema del idioma. Suponiendo que yo entendiera lo que decía el predicador, ¿iba a saber expresarlo en castellano? ¿Me vendrían las palabras con suficiente rapidez para poder evitar pausas que rompan el flujo del sermón? ¿Iba a poder evitar las típicas traducciones erróneas que no dice nada, como el título de este blog? ¿Me podría controlar para expresar con exactitud lo que dijera el predicador, aunque yo lo hubiera dicho de otra forma? ¿Y si no estaba de acuerdo con lo que dijera? ¡¡No quería ser como aquel traductor arminiano que iba «mejorando» el sermón del predicador calvinista!!
Al pensarlo bien, mi tarea como creyente en la tierra es ser un traductor, uno que comunica el mensaje de Dios a los que no entienden la lengua divina, la cultura celestial, el vocabulario bíblico, el acento protestante, ni la jerga evangélica. La única forma en que mis amigos, compañeros o familiares van a comprender las cosas de la Tierra de Emanuel es si yo se las comunico con tanto cuidado, exactitud, conocimiento de las dos culturas, mundana y celestial, para que las oigan como si Dios mismo les hablara al oído.
¿Cuántas veces hablamos del Señor con alguien y no entienden nada de lo que hemos dicho? No hablo de la comprensión espiritual que solo Dios puede dar, sino de la intelectual. Si yo traduzco el sermón pero la congregación no se entera de nada, he fallado como traductor.
Señor, ayúdame a comunicar con claridad el maravilloso evangelio que me has entregado. Dame palabras para que yo sea un portavoz tuyo fiel. Y confío en ti para que a la comprensión intelectual que pueda haber por mi «traducción», que tú, Señor, añadas el entendimiento espiritual para la salvación. Amén.