Os cuento una historia…
Érase una vez un hombre que vivía en una casa con su esposa y sus dos hijos. Un buen día se levanta el hombre y, reuniendo a todos, les anuncia: «He tenido una buena idea. Vamos a reunir todos los móviles y la línea telefónica de casa, todos en la misma factura con la misma empresa». «Muy buena idea, marido mío,—dice su esposa—a ver si ahorramos algo de dinero». «A ver si me dan un iPhone 6» dice el hijo mayor emocionado y con temblor en la voz. «Yo solo quiero que el internet vaya tres veces más rápido, por lo menos» declara el hijo menor con el videojuego en la mano.
Ni corto ni perezoso
Así que ni corto ni perezoso el hombre se acerca a la tienda de «MovilCasa» para hacer los trámites necesarios. Actuando los de la tienda como agentes, buscaron la mejor oferta, decidiendose al final por la oferta de la empresa «Plátano».
Todo despacito
Pues bien, la primera línea pasó sin ningún problema, y la segunda. Los problemas empezaron con la tercera, y luego siguieron con la cuarta, y después con la fija y el ADSL. En cada momento que en Plátano rechazaban la solicitud y ponían pegas y el paciente padre de familia quería hablar con ellos para que se lo explicaran, ellos no querían comunicarse con él, solo con los de MovilCasa, y muchas veces ni con ellos. Poco a poco (estamos hablando de cuestión de diez semanas), la familia va recibiendo el servicio que había solicitado, excepto la linea fija.
Escasa paciencia
Un día, con la paciencia escasa, y aconsejado por los de MovilCasa, el hombre decide llamar a Plátano para solucionar el problema. Primero espera los 15 minutos de rigor, escuchando una música banal intercalada por un mensaje de «todos nuestros operadores están ocupados; manténgase a la espera». Luego los 10 minutos de contarle a la teleoperadora sus datos, su caso, hasta su vida, porque no le conocen, y da la impresión que tampoco les interesa. Luego viene el «te voy a pasar al departamento tal», y empieza de nuevo el mismo ciclo, hasta cinco veces. El pobre hombre casi desespera, pero sigue porque le interesa comunicarse con alguien y encontrar una solución a su problema. Dos horas y media está al teléfono. Ya se hace tan tarde que no quedan teleoperadores «plataneros» para atenderle porque todos ya se han ido a casa a dormir. Que al final es lo que hace el pobre hombre, irse a dormir como ya hicieron su mujer y sus hijos tiempo atrás.
Noche de insomnio
Pero al llegar a la cama, el pobre no puede dormir. Se queda pensando: menos mal que hablar con Dios no es así. Nunca está demasiado ocupado para atenderme. No me tiene esperando eternamente para que yo le hable. Cuando hablamos no tengo que contarle toda mi vida por ser un desconocido para Él; Él me conoce. Es más, Él tiene mucho interés en escucharme. No me frustra hablar con Él, sino que acabo satisfecho por haberle comunicado todo sabiendo que me entiende perfectamente.
Final feliz
A día de hoy el pobre padre de familia sigue esperando comer sus perdices, pero por otro lado tiene la seguridad de que cuando se trata de comunicar con el Altísimo, siempre hay un final feliz.
Mateo Hill mateo@editorialperegrino.com