El Dios que contesta la oración
Terminar un proyecto que lleva tiempo en completarse es agradable, pero a la vez te puede dejar con algo de «y ahora que hago». De la misma forma, volver a casa después de un tiempo de vacaciones o una conferencia, te puede dejar un poco ‹desinflado›. Vuelves a la normalidad y es como si hubiera algo de vacío durante un tiempo. Creo que algo así pudo haber pasado al rey Salomón en 2 de Crónicas 7:11.
El templo de Jerusalem
Solo es mi imaginación, vale, pero Salomón llevaba varios años supervisando la construcción del Templo; cosa prohibida por Dios a su padre David, no por el pecado de adulterio o asesinato, sino por la falta de fe al censar al pueblo (eso en sí es para pensarlo mucho). Durante tiempo se ha preocupado en buscar los mejores materiales y artesanos para que la casa de Dios sea un lugar digno y glorioso. Cuando está acabado hace traer el Arca del Pacto y dedica el Templo con aquella oración magistral que todos conocemos. Acto seguido declara una celebración solemne que dura siete días. Después envía al pueblo a casa y se queda contemplando lo que ha hecho.
Dios responde
Justo en este momento Dios se aparece en una visión, como si fuera a animarle, y le comunica una verdad muy importante: Yo he oído tu oración. Una verdad tan profunda como sencilla: nuestro Dios contesta la oración de su pueblo. Al comparar las declaraciones divinas en la visión –«he elegido para mí este lugar por casa de sacrificio» (v12), «si se humillare mi pueblo… yo oiré… y perdonaré» (v14), «estarán abiertos mis ojos» (v15),— con las peticiones de Salomón en su oración del capítulo 6 (v20a, v27, v20b, respectivamente), se ve claramente lo que Dios quiere decir a su siervo: te he oído, te contesto, te doy respuesta, voy a actuar. ¡Qué verdad más tremenda! Nuestro Dios nos escucha, nos contesta, nos hace caso. Nuestras oraciones llegan delante de Él. ¡Qué consuelo, hermano! ¿Te sientes abatido, hundido, abandonado y desesperado? Clama a Dios, porque el te oye.
Dios quiere escuchar tus oraciones
Pero no solo es que Dios nos escuche. En el v15 Dios declara que sus ojos estarán abiertos y sus oídos atentos a la oración. ¡Es que Dios realmente quiere, desea escuchar nuestras oraciones! Como un padre que espera ansioso para oír la petición de su hijo, Dios es todo oídos. Le encanta que sus hijos le hablen. Solo tiene que empezar a oír el sonido de nuestra voz y presta toda su atención. No le es oneroso escucharnos, no lo hace solo por obligación, sino que está siempre atento a que le hablemos. No tenemos que convencerle para escucharnos, no tenemos que obligarle mediante la estrategia de “hablar con su madre”. ¡No! Háblale, porque quiere escucharte.
Confiando en Su misericordia
A la vez, Dios deja claro que si Él escucha y contesta a su pueblo, no es por algún mérito nuestro, sino que lo hace desde el contexto de la misericordia. La conocidísima frase «si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra» (v14) viene en el contexto del versículo 13: «Si yo cerrare los cielos… ». Cuando miramos la oración de Salomón en el capítulo anterior, vemos que Dios cerraba los cielos a causa del pecado del pueblo. Es decir, a pesar del pecado del pueblo, si hay arrepentimiento, Dios perdona a sus hijos. No está obligado a hacerlo, no es que podamos exigir su perdón. Simplemente lo pedimos con humildad a nuestro Padre celestial, confiando en Su abundante misericordia.
Grandes verdades
Son grandes verdades, profundas, majestuosas y consoladoras. Dios me escucha y me responde siempre; a Él le encanta oírme; y aunque yo soy pecador mi santo Padre me contesta. Pero siendo así, siendo Dios como es y la oración como es, ¿por qué no oro más?
Mateo Hill mateo@editorialperegrino.com