Lucy
El viernes pasado hice algo que no he hecho en mucho tiempo: fui al cine con mi mujer. Nos invitaron unos amigos a acompañarles, así que dejamos la elección de la película a ellos. La verdad es que como voy poco al cine, cada vez me quedo encantado con la experiencia: los colores tan vívidos, las imágenes tan grandes y el sonido de tan alta calidad. Además, en el cine de Ciudad Real las butacas, de verdad, parecen butacas: enormes, cómodas y con espacio para extender las piernas como si estuviera uno en su propio salón. Así que dos horas después salimos de la sala habiendo pasado un rato agradable y entretenido…
Planteamientos erróneos
¡Ah!, y también salí pensativo. Más bien por la película que vimos: Lucy. Dicen que cualquier película de Scarlett Johansson vale la pena verla, y la verdad es que a nivel de diversión la película no defraudó. Una mujer atrapada en una red de narcotraficantes recibe una enorme sobredosis que causa un desarrollo muy acelerado de su cerebro pasando del uso del 10% hasta el 100%. Sí, pensativo, pero no por la peli en sí, que es ciencia ficción, sino por detalles, planteamientos, presuposiciones. A ver si me explico en términos que entenderían aún los que no la han visto.
Mitos convertidos en ciencia
Mi primer problema empezó antes de entrar en la sala, por eso de que solo usamos el 10% del cerebro. Dejando a un lado si él que escribe estas líneas aprovecha bien sus neuronas, cosa que algunos han puesto en tela de juicio, a mí me sonaba el dato como una leyenda urbana, vamos, un cuento chino. Efectivamente, una rápida investigación en Internet confirma mis dudas. Es un mito que no tiene ninguna base, y además hay razones científicas de por qué no puede ser verdad (ver los argumentos del neurocientífico Barry Beyerstein en Wikipedia, por ejemplo). Incluso la supuesta teoría de la evolución, premisa muy importante en la película de Lucy, en especial la selección natural y la supervivencia de los más fuertes, niega la posibilidad de que los que han sobrevivido son los que solo usan el 10% de su cerebro, cuando seres que usasen el 20% o el 30% tendrían grandes ventajas en este mundo.
La seudo-ciencia
Pero bien, mi problema no era tanto por premisas equivocadas, sino por la facilidad con que aceptamos información recibida sin cuestionar. Parece ser que todo lo que leemos y lo que vemos en la pantalla, sea la grande del cine o la pequeña de casa, lo creemos. Cuantas personas han aceptado lo de 10% simplemente por haberlo escuchado tantas veces y en programas o medios que se presentan como serios. Es interesante que el otro protagonista de Lucy, el gran actor Morgan Freeman, presenta programas de seudo-ciencia y misterios sin resolver en la televisión: «Si Morgan Freeman lo dice, tiene que ser verdad ¿verdad?». Hace pocos años todo el mundo era experto en desmitificar los Evangelios porque se habían enterado de todos los ‹datos› revelados en el Código Da Vinci. Por no hablar de mis primeros años en España cuando la gente hacía tanto caso al Caballo de Troya y toda la información ‹fidedigna› comunicada por un viajero del tiempo.
Observable, testable y repetible
Mi segundo problema era con el papel que jugaba la llamada Teoría de la Evolución en toda la película. Una y otra vez surgía en la película la cabeza del monstruo que creó Darwin. Desde el Big Bang, hasta los seres totalmente evolucionados, pasando por los dinosaurios, la mujer-mona, el hombre con su 10% y los delfines con su 20% del cerebro en uso. Y todo presentado como si fuera verdad, como si fuera ciencia, cuando en realidad como mucho se tiene indicios de que podría haber sido así. En la ciencia, para que alguna cosa sea aceptada como verdad, esta tiene que ser observable, testable y repetible, y por desgracia a los amigos de Richard Dawkins, la llamada Teoría de la Evolución no reune estas tres condiciones.
Viaje por el tiempo
Para rematar la faena evolucionista de la película, el personaje protagonista se llama Lucy, un claro guiño, por no decir homenaje, a la colección de huesos fosilizados presentada como prueba de la evolución del hombre desde el mono, es decir, el eslabón perdido. Encontrada en Etiopía en 1974 y nombrada en recuerdo a una canción de los Beatles, esta colección petrificada supuestamente corresponde a una «mujer» de 20 años, 27 kg. y un metro de altura, que probablemente había dado a luz por lo menos a un hijo hace ya 3,2 millones de años. La descripción arriba mencionada es muy parecida a la mujer-mona con quien la protagonista humana se encuentra en un regreso por el tiempo. Pura propaganda subliminal, en mi humilde opinión, por supuesto.
Un Dios antropomórfico
La tercera preocupación, y aquí seguramente voy a estropear el final de la película a los que todavía tienen ganas de verla, tiene que ver con que al final Lucy, la ‹mona› Scarlett, no la ‹mona› prehistórica, logra usar su cerebro al cien por cien y desaparece. Cuando alguien pregunta dónde está, llega un SMS diciendo «Estoy en todas partes». La clara implicación es que el Omnipresente no es nada más que un ser humano que ha logrado todo su potencial. El hombre puede llegar a deificarse, y Dios, si existe, no es nada más que un superhombre. Es una idea que nos recuerda al Übermensch de Nietzsche o a la enseñanza de los Mormones. Lo que pasa es que refleja este insidioso sentir en la sociedad de limitar a Dios a conceptos puramente humanos. Cosa que hacemos los creyentes también. Sin querer, encerramos a nuestro Dios en una caja limitada por los antropomorfismos del lenguaje humano que utilizamos para acercarnos a cómo es Dios.
Un Dios distinto
¿Pero no merece nuestro Dios algo mejor? La Biblia revela a un Dios completamente distinto, ajeno y aparte, en cuanto a esencia se refiere. Los dioses de los paganos, de los griegos y romanos eran dioses con pies de barro. Pero yo no quiero un Dios que esté a mi alcance, que sea como yo, sino algo mucho mejor. ¡Qué mundo más disparatado en donde el Creador se convierte en criatura y cada criatura podría usurpar el lugar del Creador! Dejemos que Dios sea Dios. ¿Y que más da si no lo entendemos? ¿No es esto parte de ser Dios?
Mateo Hill administracion@editorialperegrino.com