El Rey ha abdicado
Estaba sentado, medio tumbado en el sillón del hospital -es que nuestro hijo está ingresado con problemas intestinales- cuando llegó la noticia. «Papa», me dijo mi hijo, móvil en mano como de costumbre, «el Rey ha abdicado». «¿Eso es normal?» me preguntó, como dudando si tenía que estar preocupado. «No, no es normal», contesté, pensando en como todavía se habla en voz baja del Rey Eduardo VIII de Inglaterra que abdicó en 1936 para casarse con una mujer divorciada; olvidando por completo que tanto Bélgica como Holanda han pasado por este camino en los últimos años.
Momentos de reflexión
No quiero ser oportunista ni político. Sé que habrá gente leyendo este blog que preferiría que la monarquía desapareciera para siempre en España; y otros que por vivir en un país con otro tipo de constitución no entenderán el revuelo que esto está causando en mi país adoptivo. Pero lo cierto es que me hizo pensar.
La fragilidad de la vida
Pensar en lo frágil y cambiante que es la vida. Algunos comentaristas hablan de la estabilidad que ha dado el Rey en esta España pos-dictatorial. Una estabilidad que ya de alguna forma ha desaparecido. Estamos en un tiempo de cambio, de transición, de reajuste, de acostumbrarnos a una nueva generación, y seguramente a una nueva forma de hacer las cosas.
Tiempo de especular
Entre el tiempo de salir la noticia y la declaración oficial del Rey pasaron unas cuatro horas. Cuatro horas en las que las cadenas de televisión buscaron desesperadamente cualquier ‹experto› para dar su opinión. En especial sobre el por qué. Algunos apuntaban a la edad del Rey –ya tiene 76 años y no disfruta de buena salud– ; otros que quería pasar el reino a su hijo mientras era lo suficiente joven para poder reinar con energía y juventud –tiene 45 años–; otros han sugerido que está cansado, o que no puede soportar la idea de ver a España descuartizada por los independentistas, o que quiere limpiar la imagen de la Casa Real debido a las acusaciones que se han hecho contra su yerno.
Ciudadanos celestiales
Escuchando todas estas y más opiniones, se me ha alegrado el corazón. No por las opiniones vertidas, sino por recordar que aunque vivo en el Reino de España, mi ciudadanía pertenece a otro Reino, y no me refiero a mi amada patria natal, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. No, me refiero a mi ciudadanía celestial.
El Reino de Dios
Es que los creyentes, pertenecemos al Reino de Dios, somos ciudadanos del Cielo, somos súbditos del Gran Rey. Nuestro monarca es el Rey de Reyes. No se cansa, no enferma, no envejece. No abdica su trona a favor de otro. No es que no pueda con su reino, es que no dará ni su reino ni su gloria a otro. Aclamamos a nuestro rey cantando «Nuestro Dios reina hoy», pero sabemos que no solo es hoy, sino que nuestro Dios reinó ayer, reina hoy, reinará mañana y para siempre. No llegará el día cuando nuestro Rey no esté en su trono. En el Cielo no vamos a toparnos con un ex-rey del Cielo que vive jubilado en un palacio retirado.
Rey eterno
El Rey Soberano que siempre ha gobernado el universo, sigue en su trono esta mañana, seguirá allí mañana por la mañana; y todas las “mañanas” de la eternidad. Cuando nos levantemos, allí estará nuestro Rey, en su trono eterno. Que Rey más maravilloso tenemos. ¡Solo nos queda servirle como El merece!
Mateo Hill director@editorialperegrino.com