Venid, adoremos a Cristo el Señor
No hace falta preguntar la fecha hoy, ya es el 23 de diciembre. Lo sabemos porque mañana es Nochebuena, así que el cálculo es fácil. La Navidad ha llegado, hemos celebrado el culto de Navidad en muchas iglesias y la mayoría habrá decorado su casa como es costumbre en estas fechas. Los más organizados han comprado todos sus regalos, por lo menos los de Navidad. El menú de la cena de Nochebuena ya está definido, y el cava ya está guardado en el frigorífico cogiendo su temperatura exacta. Sí, todo está preparado.
Parece un día normal
Pero por el otro lado, sales a la calle y no parece que la Navidad esté casi encima. Acabo de salir de la oficina un momento para comprar churros (es que el jefe está fuera, y que no se lo diga nadie) y en la calle parece un día normal. Los agricultores con la recogida de la aceituna (Editorial Peregrino se encuentra en un pueblo, recuerda) y los albañiles de la obra de la esquina siguen con su mezcla y ladrillos. Al lado de la churrería los que arreglan la calle estaban tomando su almuerzo como todos los días del año. Era como si la Navidad no estuviera a la vuelta de la esquina.
La primera Navidad
Y al ver estas cosas me puse a pensar. ¿No era así la primera Navidad? Todo el mundo seguía con su vida. Los funcionarios romanos preparando el censo que Augusto César había ordenado. Los posaderos colgando el cartel de lleno con tantos que habían vuelto a su ciudad natal. Los pastores cuidando de sus ovejas como cualquier día, es decir, noche del año.
Anhelaban la llegada del Mesías
Todos sin saber que la primera Navidad estaba a punto de ocurrir. Aunque el pueblo judío esperaba y anhelaba la llegada del Mesías, nadie tenía pensado que justo en aquel momento el deseado Salvador estuviera a punto de dejar su gloria en la Gloria para vestirse de carne humana y nacer en Belén. Ni el rey Herodes en su palacio ni los sacerdotes en el templo esperaban que llegara aquel Niño a los hombres.
Después siguieron iguales
Pero lo más triste no es que no estuvieran esperando a su Salvador aquella primera Navidad. Sino que después de haber nacido Jesús siguieron completamente iguales. Treinta años después cuando el Niño de Belén ya se había hecho hombre y empezó a predicar la llegada del Reino de Dios, era como si no hablara, como si no existiera, como si no hubiera nacido para la gran mayoría.
Las típicas costumbres
Y así es la gente hoy día, ¿verdad? Cada año se celebra la Navidad pero la vida sigue igual. Algunos irán a misa. Otros a ver a sus niños actuar en la obra de Navidad del colegio. Podemos asistir a un concierto de Navidad para escuchar la música de costumbre de estas fechas. Luego están las típicas cenas y después los regalos que reflejan el hecho de que Dios nos regaló sus Hijo, y en Él la vida eterna. Y algunos llevan años haciendo esto. Pero la vida sigue como si la Navidad realmente no existiera, porque no están más cerca de conocer al Niño nacido, Emanuel, Dios con nosotros.
Celebramos la Navidad
Y hablando de ‘nosotros’, ¿no te parece que nos pasa algo parecido? Celebramos año tras año la Navidad. Incluso hacemos un esfuerzo para que el materialismo del mundo no nos invada en Navidad demasiado. Cantamos nuestros himnos especiales de Navidad, recordando el “Verbo humanado”, Dios hecho hombre para salvarnos de nuestros pecados. Tratamos de oír ese “son el alta esfera, en los cielos gloria a Dios”, pero después de celebrar uno de los acontecimientos más maravillosos de la historia seguimos con la vida como si no pasara nada. Pero, ¿no es verdad que cada Navidad debe servir para acercarnos más a Aquel que se acercó a nosotros, como cada sermón que escuchamos debe hacernos avanzar algo más en conocimiento?
Adoremos al Señor
¡Que Dios nos ayude a cada uno a que esta Navidad no sea una Navidad más de las quizá ochenta que vamos a celebrar en nuestras vidas! Sino que este año, más que ningún año anterior, al acercarnos al pesebre donde yace nuestro Salvador, podamos apreciar más a este Dios glorioso y seguir alabándole durante todo el Año. “Venid, adoremos a Cristo el Señor.”
¡FELIZ NAVIDAD!
Mateo Hill administracion@editorialperegrino.com