La reverencia es una condición sine qua non del cristiano. Un creyente irreverente es una contradicción de términos. Eso deberíamos tenerlo claro. El área gris de este asunto, sin embargo, tiene que ver no con la irreverencia, sino con la falta de reverencia. Lo que para unos es falta de reverencia, para otros para otros es otra cosa que nada tiene que ver con la cuestión.
Un aspecto de la reverencia tiene que ver con la gramática. Dice María Moliner en su conocido Diccionario que, en español, el uso de la mayúscula tiene más valor reverencial que gramatical, y llega a llamarlo un “signo psicológico”. Pues bien, si el uso de las mayúsculas tiene ese valor reverencial y psicológico, muchos evangélicos (posiblemente por razones prácticas) hacen caso omiso de la oportunidad que nos ofrece la gramática para expresar reverencia. ¿Habrá, quizá, razones “psicológicas” para ello?
Lo que hace el mundo
Mientras que el mundo reverencia sus instituciones, entidades y conceptos con el uso de las mayúsculas (el Gobierno, el Ejército, la Administración, la Corporación, el Rey, los Estatutos, la Ley, la Paz, la Justicia, etc.), entre los evangélicos parece estar en auge la costumbre de escribir con minúscula palabras que (si bien gramaticalmente no la requieren en el sentido estricto de ser nombres propios) podrían llevarla para enfatizar con ello la importancia o reverencia debidas a los conceptos que expresan. Así vemos palabras y expresiones, como el evangelio, la escritura (referida a la Biblia), la palabra de Dios, él (referido a Dios), la iglesia, el reino de Dios, la ley de Dios, el cielo, etc., escritas sin el más mínimo atisbo de realce ni diferenciación ortográfica. Si bien sería un error tildar de falta de reverencia a dichos hermanos, creo sinceramente que pierden una oportunidad legítima de mostrar por escrito su reverencia por las cosas sagradas.
Hagámoslo bien
Pero hay más. Al omitir las mayúsculas de esta manera, se están contraviniendo las normas que nos sugiere nada menos que la Real Academia Española. Esta noble institución (más admirada que obedecida) nos ofrece una serie de normas en cuanto al uso de las mayúsculas tratando de poner un poco de orden en esta cuestión, que María Moliner califica como la más caótica de la ortografía. Algunas de ellas tienen que ver con la terminología religiosa. Así, especifica (en la última edición de su Ortografía de la lengua española, revisada por las demás Academias de la Lengua Española) que se deben utilizar mayúsculas para designar “conceptos o hechos religiosos (la Anunciación, la Revelación, la Reforma) […] Los pronombres Tú, Ti, Tuyo, Vos, Él, Ella, en las alusiones a la Divinidad […] Conceptos religiosos como el Paraíso, el Infierno, etc.” Y ya que el propósito de la Academia es unificar el uso del español en todo el mundo hispano, no demos la nota los evangélicos escribiendo “a nuestra manera”.
Pero sin pasar
Dicho esto, hay que advertir del peligro en que caen otros hermanos que (tal vez movidos por un celo “no conforme a ciencia”) prodigan las mayúsculas de forma tan generalizada e indiscriminada que el efecto resulta contraproducente. Si nos dedicamos a escribir Gracia, Soberanía, Poder, Amor, Fe, Cristiano, etc. con mayúscula, la reverencia se convierte en ordinariez. Es más, la RAE limita este uso arbitrario de las mayúsculas a “escritos publicitarios, propagandísticos o de textos afines”. Creo que ahí no deberíamos incluirnos nosotros
Demetrio Cánovas director@editorialperegrino.com
Este artículo pertenece a la serie “La Palabra y las palabras»