Tratados y panfletos
Que la terminología evangélica está servilmente dominada por el idioma inglés es un hecho irrefragable para los lectores de esta sección. Es una pena que aquellos que nos trajeron el evangelio desde lejanas tierras no alambicaran el lenguaje, en algunos casos, para transmitirlo en un castellano auténtico en vez de un pobre “spanglish”. No será ésta, por desgracia, la última vez que tengamos que referirnos a esta influencia nefasta para nuestro esplendoroso idioma.
Pues bien, ¿quién no ha oído el término “tratado” en boca de aun el más humilde creyente, para referirse a un folleto evangelístico? Desde luego, a primera vista, la utilización del vocablo puede impresionar a aquellos (no evangélicos) que están acostumbrados a darle un uso más culto. Pero si los oyentes reparan en la peregrina acepción que le han atribuido, aplicándolo a la humilde hojita evangelística, pensarán que nos hemos “pasado” un poco. Porque, hombre, cuando en castellano puro se habla de un tratado, se entiende (como nos recuerda María Moliner) un libro sobre una cierta materia, como, por ejemplo, un tratado de astronomía. En definitiva, algo más voluminoso y elaborado que el ABC del Evangelio. Un tratado evangélico podría ser, por ejemplo, una teología sistemática.
¿Tratado?
¿De dónde procede, pues, el “tratado” evangélico? Pues no hay que ser un lince para ver su parentesco espurio con el tract inglés que, en ese idioma, sí significa “un tratado breve en forma de folleto, especialmente sobre un tema religioso”. Pero ni aun en ese idioma se refiere a la forma sino al contenido.
¿Panfleto?
¿Y qué diremos de “panfleto” (tomado del inglés pamphlet), cuando con este término se quiere dar a entender, igualmente, un folleto evangelístico? Pues que se está dando a entender justo lo contrario de lo que decimos. Porque, según la Academia, un panfleto es o bien un “libelo difamatorio” o un “opúsculo de carácter agresivo”, y no creo que ninguno de nuestros folletos encaje en ninguna de las dos acepciones (excepciones aparte, claro).
Folleto
Quedémonos, pues, con nuestros folletos y, en caso de mayor volumen, llamémosles opúsculos. Quizá suenen menos rimbombantes estos términos, pero, lingüísticamente hablando, son mucho más correctos.
Demetrio Cánovas director@editorialperegrino.com
Este artículo pertenece a la serie “La Palabra y las palabras»
Nota: Dentro de poco Editorial Peregrino publicará el libro «Tratado de teología» por Thomas Watson. También recordad que tenemos «folletos» y «opúsculos» evangelísticos a la venta en nuestra tienda virtual.