Nuestra dependencia del idioma inglés –en cuanto a la producción literaria evangélica– da lugar, a veces, a expresiones verdaderamente pintorescas. Si bien nos hacemos cargo de las dificultades que entraña la labor de traducción, tampoco debemos manifestar excesiva lenidad hacia aquellos que recurren a la traducción rápida y descuidada, lo cual da como resultado una serie de expresiones ajenas a nuestro idioma y que hasta pueden resultar chocantes. Un problema que se podría paliar prodigando tiempo y reflexión a la tarea.
El idioma inglés (que no goza –o padece, según se mire– la extremada versatilidad del español) tiene la capacidad de aplicar una misma expresión a un sinnúmero de situaciones totalmente dispares. Un ejemplo de ello lo tenemos en la construcción “to deal with”. Especialmente para los intérpretes (que a veces efectúan el proceso mental en décimas de segundo), y más aún para los que efectúan traducciones simultáneas, el toparse con la mencionada expresión puede suponer todo un desafío.
Básicamente, el problema es que la susodicha expresión inglesa (que literalmente se podría traducir por “tratar con”) puede utilizarse con relación a una persona, un problema, una situación, etc., pero en español hay que utilizar una variedad de locuciones según el predicado de la oración gramatical. Así que, según qué casos, la traducción sería; tratar con, tener relaciones con, ocuparse de, tratar de, versar sobre, tener por tema, abordar, castigar, terminar, etc.
Los que no quieren complicarse la vida con tantos matices recurren al “tratar con” como una especie de comodín lingüístico, ciertamente fácil de usar, pero de resultados desastrosos. Por eso, muchos lectores u oyentes evangélicos habrán escuchado la exhortación a “tratar con” nuestro pecado, lo cual, teológicamente hablando, equivale prácticamente a una herejía. Porque, si tomamos literalmente la expresión, lo que tendríamos que hacer sería llegar a un acuerdo, pacto o compromiso con el pecado, de tal manera que, por ejemplo, permitiéramos el pecado en nuestra vida siempre y cuando no resultase excesivamente escandaloso. Lo dicho: una verdadera herejía.
Tengan, pues, más cuidado los traductores, y si, a pesar de nuestra advertencia, nos siguen bombardeando con semejantes expresiones, utilicemos el colador teológico para hacer caso omiso de lo que el libro o el predicador de turno nos manden hacer.
Faltaría más.
Demetrio Cánovas director@editorialperegrino.com
Este artículo pertenece a la serie “La Palabra y las palabras“