Atrocidades
El 13 de noviembre quedará grabado en la memoria de los franceses, y de todo el mundo, durante mucho tiempo. Una noche oscura, en la que se ve la maldad del corazón humano.
En cinco ataques coordinados, unos terroristas pusieron fin a la vida de 129 personas. De una forma indiscriminada, mataron a hombres, mujeres y niños, sin tomar en cuenta la religión, cultura o nacionalidad de ninguno. Y luego en un acto de suprema cobardía, bajo la excusa de pasar directamente al cielo, se quitan la vida para así no tener que enfrentarse a la justicia humana.
Una vez más, el mundo se ha quedado atónito, aturdido y atribulado al ver, de la forma más gráfica, de lo que es capaz el hombre. Y al mundo no le gusta. Pues a nadie le gusta pensar que el hombre sea capaz de estas barbaries. Lo que hace el hombre para tranquilizarse un poco es dividir el mundo en dos: los que son capaces y los que no; los que son malos y los que no; terroristas y civilizados; ellos y nosotros. ¡Claro está, quien haga esa distinción siempre se pondrá en el lado bueno!
¿Dividir o no dividir?
El cristiano sabe que tales distinciones y apartados no son bíblicos. Cierto es que la Biblia divide al mundo, pero lo separa de otra manera. Bajo una seria de metáforas, Dios dice que el hombre se divide en dos: los que son suyos y los que no lo son.
Pero la historia no termina así. Las Escrituras dejan muy claro que todo hombre es igual. Todos somos pecadores, destituidos de la gloria de Dios. Sin excepción. Cada faceta del hombre está contaminada por el pecado y la rebelión. Es decir, todos son, todos somos, capaces de cualquier barbaridad; todos somos terroristas en potencia. Y si no llegamos a culminar este potencial es por la pura gracia de Dios: la gracia común en el mundo general, frenando el pecado; y la gracia salvífica en la vida de los que tenemos el privilegio de ser sus hijos. Como dice la canción: «¿Qué sería de mí si no me hubieras alcanzado?»
Oraciones
Entonces, si no caemos en esa trampa de hacer divisiones falsas, ¿cómo debemos reaccionar como creyentes? Creo que lo más obvio es lo más correcto, orar. Orar por los heridos; por los que han perdido seres queridos; por los gobiernos y sus reacciones; por la sociedad, para que viva alejada del terror y que rechace sentimientos racistas; por los terroristas, los que pasean por el mundo buscando a quien devorar, que Dios tenga misericordia de ellos y los salve.
Y, cómo no, orar por el mundo en sí. Acontecimientos como los que ocurrieron en París, deberían acercar a la gente hacia Dios, deberían hacerles ver su necesidad de estar preparados para morir en cualquier momento. Pidamos a Dios que siga salvando a pecadores; que nos dé oportunidad y valor para anunciar las Buenas Noticias; y que siga frenando el mal para dar oportunidad a que muchos más se conviertan de su mal camino.
Mateo Hill administracion@editorialperegrino.com